Este fin de semana que empieza lo dedico a terminar el papeleo, siempre tedioso e inacabable, del edificio de 42 Viviendas en el que ando metido desde hace 6 años (la dichosa crisis y la quiebra de la contrata ha tenido la culpa), rematar los planos de superficies, redactar memorias, etc. Calculo que en unos días podré encarpetarlo y entregarlo como es de rigor. Cruzo los dedos.
La lectura, por otro lado, junto con la música -en estos momentos tengo el iPod funcionando sobre su base con "Il Puritani" de Bellini-, me ayudan a compatibilizar la necesidad, o sea el trabajo, con el ocio merecido de cada fin de semana, que cada vez llega más diluido o, simplemente, brilla por su ausencia. Terminé ayer en el cafecito mañanero "El farsante feliz", del que le hablaba hace un par de días. Muy bueno. Queda pendiente el segundo que tenía previsto, "El relato soñado", pues se ha colado, no sé ni cómo", "El Sha o la desmesura del poder", de Kapuscinski, comprado en la FNAC de Callao en el 98 y aún esperando en mi biblioteca a ser leído. Comencé ayer por la noche a leerlo y me da que lo voy a devorar: historia, periodismo, Persia... buenos ingredientes ¿no les parece?
Empieza Kapuscinski hablando de su habitación de hotel, de su orden o, más bien, de lo contrario. Leyéndolo me vinieron a la cabeza tantas llegadas a desiertas y ordenadísimas habitaciones de hotel, en lo que se han convertido al cabo de unas horas: maletas abiertas, ropa en un lado y en otro, cama medio deshecha (odio las colchas), el pasaporte, la guía, la cartera, las numerosas prendas de abrigo (siempre suelo viajar en invierno) y las cortinas corridas para disfrutar de, por ejemplo, Las Vegas de noche, Times Square nevado en Nueva York, la esquina del Marble Arch londinense o Lee Circus en Nueva Orleans. Durante los días que permanezco en la ciudad la habitación va cambiando aunque siempre mantiene un ligero desorden que nos recuerda que estamos de paso y que las cosas, aunque en cualquier lado, deben estar controladas porque en poco tiempo llegará el orden de nuevo. Ese es el día temido, el día de la vuelta, el día en que todas las cosas de la habitación desfilan por tamaños, sobre la cama, y van ocupando su lugar en la maleta o en la bolsa de mano, normalmente apretadas más de lo debido. Maleta lista, incluso cupo el neceser, ¡increíble! Una última mirada a la habitación, no se ve nada ya, vuelta a casa.
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