Por: Paco Nadal
Ya estoy por fin en Rapa Nui, en la isla de Pascua. Uno de esos destinos soñados por todo viajero desde que tiene uso de razón. Llego además con cierta cautela, porque estos destinos de nombre mítico suelen jugar malas pasadas. Samarcanda y Tombuctú lo son también, y la magia se acaba en cuanto los conoces.
¿Me sucederá igual con la isla de Pascua?
No, en absoluto. No decepciona. Y eso que el paisaje y los perfiles de la isla no son nada del otro jueves. Rapa Nui quedó totalmente deforestada hace siglos y los pocos árboles que se ven han sido reintroducidos: eucaliptos, guayabas, ficus... Un escenario que recuerda muy poco al de los Mares del Sur de los folletos turísticos. Tampoco es una isla de acantilados poderosos ni de kilométricas playas (solo tiene dos, pero ¡qué dos maravillas!; ya hablaré de ellas)
¿Qué tiene entonces la isla de Pascua que tanto enamora?
Pues que es uno de los lugares más enigmáticos del mundo. Y más aislados, solitarios y perdidos. El primer enigma lo plantean por supuesto los moai, que es lo que todo el mundo conoce de este lugar (por eso lo dejo para el siguiente post). Pero hay otros muchos enigmas tan sorprendentes como esos grandes rostros de piedra y que a mí particularmente me apasionan por igual.
Por ejemplo, ¿cómo llegaron hasta aquí los primeros pobladores? ¿cómo lograron sobrevivir y convertirse en una civilización capaz de tallar algunas de las más grandes obras megalíticas de la humanidad?
Para saber la magnitud de la empresa hay que dar unos datos: Pascua es una única isla volcánica de 24 kilómetros de longitud por 12 de ancho (una superficie igual a dos veces Formentera) surgida en mitad del océano Pacífico, lejos de todo. El continente sudamericano está a 3.700 kilómetros hacia el este. Por el oeste, lo siguiente que encuentras es la Polinesia Francesa... ¡a 4.300 kilómetros de distancia! Si exceptuamos las pequeñas islas Pitcairn, que quedan a unos 2.000 kilómetros hacia occidente, no hay nada en torno a Pascua a menos de 5 horas y media de vuelo. No hay vecinos. Solo agua.
La isla de Pascua vista desde la ventanilla del avión.
Todas las fotos © paco nadal
Todas las fotos © paco nadal
Cuando llegas en el único vuelo diario que la compañía LAN Chile tiene desde Santiago de Chile y, tras cinco horas y media de viaje, ves aparecer en medio del gran azul esa mancha de tierra parda y desnuda en forma de cruasán el corazón te da un pálpito. Y las neuronas te chirrían tratando de entender cómo se las arreglaron unos tipos de la Polinesia para cruzar 4.000 kilómetros de agua en canoas con forma de catamarán y llegar aquí nada menos que en el siglo V (ó VI ó VII, los historiadores no se ponen de acuerdo en la fecha exacta de la llegada de los primeros humanos). Aunque en el fondo, qué más da. La epopeya fue mayúscula en todo caso.
Vivir aquí es todavía un gigantesco problema de logística. Hasta 1992 solo venían dos barcos de carga al año. Ahora están contentos porque llegan tres al mes.
Durante siglos, los habitantes de Rapa Nui prosperaron convencidos de que estaban solos en el mundo, de que no había nadie más al otro lado del océano. Su isla era el ombligo de la Tierra.
No sabían entonces que iban a reproducir en pequeño un escenario apocalíptico al que puede verse abocado el planeta Tierra en no mucho tiempo: una superpoblación que, tras acabar con los recursos, desaparece de forma cruenta. Ni que generaciones enteras de sabios y doctores iban a peregrinar hasta esta “isla grande” (lo que significa Rapa Nui) para estrujarse los sesos buscando una respuesta a cómo tallaron y cómo trasladaron esos gigantescos moai.
Pero eso os lo contaré en los siguientes post. De momento, sigo yo también maravillado viendo los moai de Tongariki recortarse en el cielo color teja del amanecer de Rapa Nui.
Por cierto: aún no he visto ningún frasco del elixir de la eterna juventud.
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