Conducir un domingo al mediodía por las carreteras de Tenerife es encontrarse cada 100m con una furgoneta y un remolque para perros de caza, hacinados, y a la espera de regresar a casa hasta la próxima cacería del jueves. Es increíble la cantidad de cazadores que nos encontramos ayer en los arcenes de la carretera, normalmente disfrutando de una relajada comida después de un día de cacería por el monte. La estampa se repetía a lo largo del camino: un grupo de hombres -algún niño disfrazado de camuflaje-, sillas plegables, comida, bebida y a escasos metros los perros en los remolques o en las traseras de las "pick up". Supongo que hay que vivir desde pequeño esta afición que hace a uno levantarse como las gallinas, montar a un grupo de escuálidos canes en un remolque para ir a cazar conejos bajo un sol abrasador y que a saber si se comen después o únicamente los muestran después como trofeos. Lo único que me consuela es que por lo menos mientras los perros son útiles probablemente disfruten de estas mañanas camperas.
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