domingo, 23 de noviembre de 2025

LA IMPARCIALIDAD HOMÉRICA


Domingo, víspera de la vuelta al trabajo, día feo donde los haya. Pero aquí sigo, inasequible al desaliento (por ahora), en un día soleado y poco ventoso de finales de noviembre, donde el invierno es una utopía (dicen que mañana llega calima de nuevo), a punto de meternos de lleno en el ojo de las Navidades y su buenrollismo, y con el día por delante tras una noche de sueño casi reparador. Esta mañana abrí los ojos a las 5, ya la cabeza lo sabe, aunque sea una madrugada adelantada.
Me preparo un café y leo con interés un ídem artículo acerca de la filósofa Hannah Arendt, donde se habla, entre otras cosas, del coraje de la imparcialidad homérica.
Musk busca destruir eso. Cuando, en su investidura, Trump mencionó “la revolución del sentido común”, sabía bien lo que hacía. Los autócratas entienden que el sentido común es el puente que conecta nuestra percepción individual con la de los demás y nos permite construir una realidad compartida. Sin él, las experiencias quedan encerradas en nuestra subjetividad y es imposible alcanzar acuerdo alguno sobre lo que es o no real. Pero Musk no es una anomalía: es el actor político ideal en la era de la posverdad, alguien que quiere romper el mundo común porque no lo necesita. Tiene el dinero para comprar la infraestructura comunicativa, el alcance para fabricar su propia realidad y seguidores dispuestos a creer que lo suyo es “sentido común”, aunque contradiga lo que ven con sus propios ojos.
Porque la imparcialidad no consiste en dar el mismo tiempo de palabra a Aquiles y a Héctor y pesar sus argumentos en una burocrática balanza. Consiste en no perder el juicio sobre lo que ocurrió. Homero no dice “los griegos tenían razón”, ni tampoco pretende que la guerra no existiese o que los bandos fuesen intercambiables. El poema homérico juzga: muestra violencia, pérdida, sinsentido, gloria, tragedia. Y al hacerlo, preserva la memoria de lo que realmente sucedió. Pero la BBC se dedica a la equidistancia procedimental dando igual espacio a quien afirma hechos verificables y defiende la democracia y a quien difunde mentiras y amenaza con fusilamientos. Como si la imparcialidad consistiera en no juzgar nunca y mantenerse en un punto medio imaginario entre dos extremos. Eso no es imparcialidad sino abdicación del juicio, y Arendt fue muy clara al respecto: frente a la verdad factual, no hay lugar para la equidistancia. Que Trump diga que las elecciones fueron robadas no merece el mismo crédito que la evidencia de que no hubo fraude. Si Musk hace un saludo nazi, no puede pretender que quienes lo vimos estemos igual de equivocados que quienes lo niegan. La imparcialidad exige reconocer los hechos y juzgarlos desde múltiples perspectivas, no fingir que no han existido.
(Extractos del artículo "Necesitamos una realidad compartida: Hannah Arendt, el antídoto contra los hechos alternativos", Máriam Martínez-Bascuñán).
Fuimos al cine anoche y nos equivocamos de película. Creo que es la primera vez que me ocurre. No logro entender la causa, pero de una película basada en una novela de Stephen King, "The long walk" ("La larga marcha"), acabamos comprando entradas para ver "The running man", un bodrio importante, aunque entretenido, supongo, nueva versión de otra película de 1987, homónima (en España se tituló "Perseguido"), protagonizada por Arnold Schwarznegger. De la peli que no vimos poco puedo decir por obvias razones, pero de la que sí, donde nada destaca, se me quedó grabado una de las frases pretenciosas que el protagonista repetía casi al final: "¡No veas la televisión!". En el contexto, la televisión pública (freevisión, creo recordar, era el Gran Hermano que manipulaba las mentes de la población). Se ha hablado y escrito mucho sobre la manipulación, sobre todo mediante la televisión, pero ahora las redes socueles han dado tantas vueltas de tuerca que no hay nada con lo que se pueda comparar. La frase hoy día debería ser: "¡No tengas redes sociales!".

Vivimos en una época de la que Quevedo -el bueno- hubiera podido escribir "Érase una sociedad a un móvil pegada", donde la imagen es lo que impera (véanse labios y tetas operadas), donde nadie pone en tela de juicio lo que lee, donde las redes sociales marcan el ritmo y donde se hace gala de la ignorancia (sí, ya lo sabemos, leer está sobrevalorado), donde el sentido común ha desaparecido, donde acabamos siendo del Madrid o del Barcelona pase lo que pase.
Un poco de música y ¡feliz domingo!
Claude Debussy, *Clair de luna.

No hay comentarios: