sábado, 15 de noviembre de 2025

HISTORIA DE UN FAX

El fax siempre estuvo presente en mi vida, de una forma u otra. Cuando estrenamos nuestro primer estudio de arquitectura, allá por el año 1991, habíamos pedido un préstamo para arquitectos noveles y con él compramos nuestro primer aparato de fax, primero y último dada la velocidad con la que se implantó la informática, Internet y con él el correo eléctrico.

Cuando trabajábamos en las mesas de dibujo, en la sala de al lado -el fax estaba en el cuarto que usábamos como sala de reuniones-, nos levantábamos raudos cada vez que estuchábamos el sonsonete del fax para ver salir la hoja de él como si se tratara de magia. En poco tiempo el uso de este aparato cayó en el olvido y comenzó la avalancha de e-mails debido a su facilidad e inmediatez; hoy nada ha cambiado, salvo por la pugna entre el correo electrónico y el Whatsapp.

Pasaron algunos años y acabé aterrizando en el Ayuntamiento donde aún trabajo y allí el fax seguía en uso. Lo utilizábamos para enviar requerimientos rápidos a los ciudadanos sin tener que esperar a que llegara el correo ordinario, bastante más lento. Si bien en poco tiempo también dejó de usarse porque, creo recordar, dijeron que los envíos no tenían carácter oficial, algo de la falta de registro se salida, antes de que esto sucediera tuve la experiencia de recibir uno de un par de hojas donde se me recriminaba la falta de un asfaltado en una calle, redactado de una forma un tanto peculiar. La vida hizo que con el tiempo acabara haciendo buenas migas con la que envió el escrito. Una mañana le pregunté, oye D, ¿fuiste tú la que hace un par de años me mandó un fax insultándome de mil maneras? Su respuesta: ah, sí, seguro que fui yo, ya me conoces. se quedó tan feliz.

¿Y a qué viene esta historia con tan poco interés? La cosa es fácil, el fax era una fórmula que permitía tirar la piedra y esconder la mano, pues en ocasiones como este escrito del que les hablo, sin remitente (se podía obviar el teléfono desde donde se enviaba), uno se quedaba en un estado entre frustrado e indignado por no poder contestar ante tal dechado de improperios. Me lo tragué y punto, no podía hacer otra cosa.
Han pasado ya muchos años, olvidado el fax completamente, ocurrió hace un par de días algo que me retrotrajo a los años del mencionado escrito de groserías varias. Uno de esos momentos donde la reacción no puede ser efecto de la acción, cuando uno debe quedarse calladito por diferentes razones y se queda callado, sufre por ello, se siente reprimido y sobre todo indignado al verse censurado.

Pasan los años, cambia el siglo pero algo tan arraigado como la censura continúa aflorando cuando el miedo se apodera del mediocre.

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