El pesimismo es una mierda, nos dice Juan José Millás en uno de sus artículos. Un amigo cercano, pesimista de catálogo, me decía recurrentemente en medio de nuestras conversaciones a primera hora de la mañana: yo disparo a todos, incluso a mí mismo.
Hasta el más pesimista de los mortales puede encontrar un resquicio de luz para sonreír y ver un poco de luz en lontananza. Todos hemos tenido un mal día, o varios, y en un momento nos vemos sumergidos en un ratito de felicidad sin que nos hayamos dado cuenta, he ahí esa luz; si las luciérnagas pueden, ¿cómo no vamos a poder con ello nosotros?
Un rato de deporte, una ducha, la maravillosa siesta inesperada -y deseada, siempre-, la música de Luigi Boccherini en la radio, un bocadillo de queso manchego en un asiento cómodo de la cercana cafetería, el chiste malo que te cuenta tu colega, una X sobre el calendario, tu silla de trabajo paralela al rayo de luz que entra por la ventana. Ni los rancios ni los cafres ni los estreñidos pueden amargarte todos los días, alguno escapa, que sí, créeme.
11°, hoy sin lluvia.
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