Si bien mis notas mañaneras de hoy poco tiene que ver con la maravillosa novela de Stenibeck, comienza este día con frío, 12°, cuando el invierno ha llegado, tarde, y todos saben cómo ha sido. 2 de diciembre, martes 13 incluido, casi casi en un tris adiós al 2022 y hola, de nuevo, alergia.
Leí algo que decía que un amigo es el relojero de nuestra vida, qué frase más bonita. Ayer tuve la oportunidad de engrasar mi maquinaria almorzando con mi amiga E en nuestro restaurante de siempre. Dos horas de buena y amena conversación, boletus y arroz caldoso.
Por la tarde quería terminar unos expedientes, como así fue, pasa terminar a las 7 asistiendo al encendido de las luces navideñas en la Plaza de La Esperanza y posterior concierto. Tarde desapacible, llovizna y frío, unos minutos antes del acto tuve tiempo para acercarme al cajero a reponer mi cartera. Entrando al cubículo bancario me abordó una señora embozada y nerviosa, hablando como una ametralladora, a la que no pude reconocer:
- Usted es el arquitecto, ¿verdad?, conustedqueríayohablardesdehacetiempo.
- Sí, ¡hola!, en efecto, ¿nos conocemos?
- Sí, yo soy la señora de Las Barreras, usted me hizo una encerrona hace unos años.
- Perdone, ¿cómo? ¿una encerrona? Por favor, explíqueme exactamente cuál es su parcela para intentar acordarme de lo que me habla.
- Sí, sí, nos emplazaron en su oficina y allí, todos compinchados, me hicieron una encerrona.
Después de un innecesario circunloquio logré acordarme y pude ubicar la parcela de la que me hablaba.
- Ya recuerdo su caso. Como usted me dice, efectivamente hablé con el arquitecto de la obra adyacente, le expuse su preocupación y él me aseguró que terminaría la obra de la manera que usted sugirió, como no debió ser así por los que me cuenta usted en estos momentos.
- Exacto, usted nos engañó, nos hizo una encerrona, bla bla bla.
La señora, enfadada, siguió en bucle hasta que pude meter baza e intentar explicarle cómo funcionan las cosas cuando se trata de desencuentros entre lindantes -por decirlo de forma educada-, que es un asunto civil, o sea labor de los tribunales, no de los ayuntamientos, y por ende de los jueces y nunca de los arquitectos municipales. Pero allí seguía la señora, instalada en su diatriba particular, sin evidentes síntomas de entender lo que le decía o querer hacerlo.
- Señora, perdóneme, deje que me explique, por favor. Como veo que usted ya me ha sentenciado y no puedo hacer nada contra ello, puedo asegurarle que mi labor no es la de hacer encerronas a nadie, ni muchísimo menos; mi trabajo consiste en intentar encontrar soluciones, en la medida de mis posibilidades, a los problemas de los ciudadanos, y créame que es así y que no hago sino eso, teniendo constantes problemas por ello. Sólo puedo ofrecerle una reunión en mi despacho para hablarlo con calma y documentación e intentar buscar una salida a sus preocupaciones.
- Bueno... vale... a lo mejor no fue usted el de la encerrona... pero... entonces seguro que hizo lo que le ordenaron.
La señora reculaba e intentaba arreglar la situación a su manera pero sin bajarse del burro.
- Pues puedo decirle que yo soy el único arquitecto y que no recibo consignas técnicas. Le aseguro que debe haber una explicación para todo esto y, si lo hablamos con calma y está en mis manos, podremos encontrar una salida.
Yo, nervioso porque no se acababa la conversación, a medio hacer con lo del dinero del cajero -ya me había equivocado con el pin de la tarjeta temiendo que la máquina usurera se la tragase- y con mi amiga I esperando pacientemente mi llegada, comencé a caminar lentamente hacia atrás para que la señora se diera cuenta que aquello terminaba ahí. Funcionó, más o menos; se despidió con un intentaré pasarme, con mi madre, que tiene 80 años y queestámuydolidaporlaencerronaquenoshicieron, pero no sé si podremos antes de las navidades.
- Muy bien, cuando quieran, allí las espero. Buenas noches.
Después del desagradable encuentro ya no tenía ganas ni de luces, ni de concierto ni de nada. Con el sabor de la dichosa encerrona en la boca, me tomé un descafeinado, nos dimos un paseo para ver los adornos navideños y, bajo la lluvia, volví al coche con la cabeza puesta en llegar a mi casa lo antes posible. Volví a preguntarme ¿qué es la vida? ¿la que creemos tener o la que los demás piensan que vivimos?
Me vino a la cabeza, mientras conducía y con la encerrona dando vueltas en mi cabeza, aquel chiste malo...
- Hola, buenas tardes, ¿me da un chicle?
- Pero señora, esto es un confesionario, no un kiosco.
- Le he dicho que quiero un chicle.
- Que esto es un confesionario y no un kiosco.
- ¡¡¡O me da un chicle o le tiro el kiosco!!!
1 comentario:
Buenos días. Leo con placer lo que me escribes y te lo agradezco, aunque no puedo hacerlo personalmente porque únicamente me aparecen tus siglas jp y es difícil para mi ubicarte. No obstante, te lo agradezco de nuevo y te doy la razón, las cosas son así y mucha gente nos ve como los solucionadores de todos sus problemas y, aunque lo intentemos, no somos infalible, muy al contrario.
El cómo se toma uno su trabajo es casi como compararlo con cómo se toma la vida, algo absolutamente personal e intransferible; he ahí lo difícil que es encajar, para unos y menos para otros, estas pequeñas anécdotas que no dejan de ser eso, pero que afectar, afectan.
Un abrazo afectuoso.
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