Con esto de la pandemia por el dichoso COVID-19 (me cuesta decir "la" COVID), se habla mucho de la Seguridad Social española, sin parar, para todos los gustos. Ayer, que tuve la oportunidad de acompañar a mi padre a un centro de salud para algunas gestiones, aun teniendo que esperar un poco a que nos atendiera el médico y la enfermera para unos proebas, la estancia allí fue de una hora, saliendo con todo resuelto sin mayor complicación.
Reconozco que, sin demasiado conocimiento del funcionamiento general porque, con fortuna, tengo más o menos buena salud -como decía Juan, mi socio muerto "el que no tiene un dolor después de los 40 es que está muerto"-, pero cada vez que voy a un centro de salud me enorgullece el sistema sanitario español, con sus luces y sombras. Soy de los defensores a ultranza de la sanidad para todos, renegando recurrentemente de la idea "en España la sanidad es gratuita". No, la pagamos cada mes los trabajadores anticipadamente y por eso no nos cobran cuando la utilizamos. Y que así siga siendo.
Bueno, a lo que voy, ya me iba del hilo de lo que quería contar. Hace un mes compartimos cena con unos amigos que viven en Estados Unidos y surgió en la conversación el tema de la pandemia, ¡cómo no! Hablamos de la incidencia en USA, en Europa, de la vacuna, etc. Uno de los americanos decía que no entendía cómo en España la gente se podría quejar del funcionamiento de la sanidad pública, que para él era inconcebible. ¡Pónganse malos en mi país! decía, incluso con un buen seguro médico. Vayan, vayan.
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