Las noticias que empiezan a escucharse son alentadoras, aunque soy cauto porque tener demasiadas expectativas puestas en el deconfinamiento a corto plazo no parece muy realista. Aún así, cualquier buena noticia se convierte ahora en una gran noticia.
Hoy tuve el día libre, lo pedí y me lo concedieron, de manera que estoy desde el viernes pasado completamente desconectado del trabajo. Ya he comentado anteriormente que lo peor de esta cuarentena es la cabeza, lo que nos pasa por ella, lo que pensamos incluso durmiendo, el peligro de la depresión, en definitiva.
Evitar la depresión a toda costa es la prioridad ahora (bueno, y no contagiarnos ni morirnos, por supuesto), luego ya tendremos tiempo, desgraciadamente, para seguir con lo que nos llega, la crisis económica. Como lo que nos viene encina, si es que ya no lo tenemos sobre nosotros, no lo conocemos, preocupémonos entonces de lo que nos pasa hoy. Insisto, el futuro no existe, el futuro es hoy.
Volviendo a los días libres, desde que empezó el encierro no duermo bien, me despierto a menudo, estoy más pendiente de los ruidos que hace Octavia por si quiere salir a hacer pis, miro muchas veces los números de mi reloj despertador, etc., pero este fin de semana dormí como un niño. Unas 10 horas de media cada noche, increíble; una de ellas hasta 12 horas de un tirón. Relajado, sin aparentes preocupaciones -salvo las normales-, sin agobio laboral. Mañana vuelvo a trabajar, ¡apostamos cuánto dormiré esta noche?
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