La música transforma la periferia de Las Palmas
Barrios Orquestados imparte clases de canto y de
instrumentos de cuerda a padres y niños en zonas periféricas de Las Palmas de
Gran Canaria con difícil acceso a la cultura. Tras siete años y medio, han
tocado invitados por el Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU en
Ginebra.
https://elpais.com/sociedad/2019/11/19/feliziudad/1574188942_387084.html
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Las Palmas 20
NOV 2019 - 15:56 CET
Las Palmas de Gran Canaria, con clima tropical y mucha vida
de calle, es una de las capitales que aporta más jugadores a la primera y
segunda división del fútbol español.
–¿Cómo se consigue que un niño toque el violín y no un
balón?
–El fútbol tiene una base de rivalidad que no conecta con
todos los pibes [niños]. La música es cooperación.
José Brito es el fundador de Barrios Orquestados, una
iniciativa que acerca la música a zonas periféricas de Las Palmas con difícil
acceso a la cultura. Gratis. Las clases y el instrumento. Pero con un gran
coste de tiempo y esfuerzo para los niños y sus familias. Los muchachos, a
partir de los cuatro años, acuden sin falta de lunes a jueves una hora al día.
Al menos uno de sus familiares asiste obligatoriamente a clases de canto una
vez por semana. Y un sábado al mes se reúnen para ensayar junto con más
chavales de otros barrios. “No quería un proyecto guardería. Los familiares no
acompañan a los niños, están dentro”, afirma Brito, profesor de la facultad de
Ciencias de la Educación de la Universidad de Las Palmas y músico. “Enseñamos
música a los padres para que sean conscientes de lo difícil que es lo que han
logrado sus hijos”, añade este director de orquesta.
El proyecto, que arrancó en 2012 en el barrio popular de
Tamaraceite, está presente en otros cinco distritos más de la ciudad, en dos
áreas de Tenerife y en otras dos en Lanzarote. Barrios, como se conoce
coloquialmente, empezó con una decena de chavales y otros tantos violines
donados por músicos. Siete años y medio después la asociación tiene un
presupuesto de medio millón de euros, ha enseñado música a 600 niños y
familiares y emplea a una veintena de profesores, agentes sociales y gestores.
La financiación es mixta. El 57% de los fondos proceden del sector público y el
43%, de una treintena de fundaciones que hace aportaciones anuales. “Este
formato nos garantiza autonomía”, explica el director del proyecto, que
invierte mucho tiempo en tocar puertas para recibir o renovar donaciones.
José Brito, fundador y director de Barrios Orquestados. QUIQUE
CURBELO
Brito, que ha crecido rodeado de música en su familia, pone
el foco en lo grupal y no en lo individual. "La música tiene un efecto
cohesionador". Pero matiza este estudioso que se matriculó en Filosofía
por la UNED: "No se trata de que los niños sean figurantes, sino de buscar
la excelencia personal para el colectivo. En la música no existe la rivalidad
de quitarle el balón al otro". Poco futbolero, pero seductor en el
discurso y astuto, no rehúye el fervor que despierta este deporte. Barrios
Orquestados lo ha concebido como una liga sin competición. Cada barrio cuenta
con dos equipos de 20 niños, unos mayores (a partir de 9-10 años) y otros
pequeños. “Si los grupos fueran más numerosos los niños se perderían; si fueran
más pequeños se sentirían solos”, justifica. El final de temporada tuvo
lugar el domingo pasado en el auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas ante 1.500
espectadores. Por quinto año cerraron el curso con un concierto de música
clásica (Beethoven y Mozart), canciones populares y un tango. La última pieza
la interpretaron los dos centenares de niños de los seis barrios y sus
familiares, juntos en el escenario.
No se pregunta cúanto ganan, todos caben
Barrios es un proyecto social antes que académico, centrado
en la periferia. “Nos dirigimos a las zonas, no a las familias”, afirma Tatiana
Sosa, trabajadora social en Barrios desde hace año y medio. "Muchas veces
son los padres los que animan al niño a apuntarse. Quieren darles una
oportunidad mejor de la que ellos tuvieron", afirma Brito. No hay prueba
de acceso ni se pide el nivel de renta para no marginar. Caben todos. También
aquellos, no son tantos, que pueden pagar el conservatorio. Tamaraceite,
ubicado en el interior y en la zona alta, aglutina familias en su mayoría de
clase trabajadora, “humildes pero con inquietud por aprender”, describe Tatiana
Robaida, la trabajadora social que empezó el proyecto junto con Brito y la hija
de este, Laura, que, tras una temporada en Berlín volvió a su Gran Canaria
natal, y Andrés Betancor, que cambió de trabajo.
“No sacamos a los niños de la droga. Simplemente estarían en
casa con la Play o en la calle”, explica Marina Mushett (29 años), la
trabajadora social que, junto con Sosa (de 28) tratan en el día a día con los
padres. Toman un café con ellos, se interesan por su vida. Se ganan su
confianza. Si detectan algún problema grave, les derivan a los servicios
sociales pertinentes. Mushett gana algo menos de 1.000 euros, unos 8 y pico la
hora, como el resto de compañeros. A veces han estado un mes y medio sin
cobrar, hasta que entran los fondos. "Barrios siempre ha mejorado las
condiciones con el paso del tiempo", afirma.
De pedir alcantarillado a actuar en Ginebra
Si un niño llega tarde 10 minutos se le permite entrar en el
aula pero no recibe la clase. "No vale cualquier cosa por ser un proyecto
social. Estaríamos aprovechándonos de su situación", argumenta Brito, que
aboga por una metodología basada en la conciencia corporal, la respiración y la
educación activa con el instrumento. Una representación de Barrios actuó hace
una semana en la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para el
refugiado en Ginebra. Brito, junto con un equipo de siete profesionales, se
desplazó al campo de refugiados de la isla de Lesbos para aplicar su método
docente en 2016. El proyecto se ha puesto en marcha en Honduras y Chile. Y uno
de los alumnos más veteranos, Kevin, se ha convertido en profesor auxiliar.
Robaida, de 38 años, recuerda los inicios del proyecto hace siete años y medio:
“La gente nos decía que no iba a calar la idea. Que lo normal era ofrecer a los
niños clases de baile, murgas o fútbol”. A los tres meses dieron el primer
concierto en la iglesia del barrio. "Sonaban como gatillos", apunta
una madre veterana.
Tamaraceite era el lugar idóneo para desarrollar este
proyecto piloto. Cuenta con tradición de asociacionismo. Los vecinos se
agruparon en los ochenta para reclamar la mejora de carreteras y accesos y la
instalación de alcantarillado. Era la transición de un entorno rural a uno
urbano. Tres décadas después, en el punto álgido de la crisis, este distrito
atizado por el paro y el absentismo escolar acogió Barrios. “Los vecinos eran
unos máquinas en organizar fiestas, pero en cuestiones culturales, nada”,
afirma Robaida, que está a punto de dar a luz a su primer hijo.
El paisaje de Tamaraceite, formado por un núcleo urbano
principal y zonas con casas dispersas hasta sumar 44.896 habitantes, ha
cambiado en la última década. “Se ve a niños con instrumentos a cuestas, lo que
hace que a otros jóvenes les llame la atención y quieran apuntarse”, describe
Robaida. Cuando hay que trasladar esas grandes cajas rígidas negras con
contrabajos y chelos a otro barrio o a un auditorio los mismos padres se
organizan. “Algunos ofrecen una furgoneta, otros el coche para el traslado de
los niños”, afirma. Hay vecinos que vivían en el mismo bloque y ni se conocían
hasta que entraron en Barrios.
Ensayo general en el auditorio
Los padres forman una buena piña. Han dejado a los muchachos
a las 8.30 para el ensayo general previo al concierto en el auditorio y se han
ido a desayunar a un bar de al lado. Tienen libre hasta las 10, cuando comienza
su prueba de canto. Gustavo Ramos y sus dos hijos están apuntados desde casi el
principio: “Es difícil que un niño de Barrios saque malas notas”. La
trabajadora social Mushett, que se trasladó de Cádiz a Las Palmas hace dos
años, lo confirma basada en un estudio interno: “La mayoría aumentó o mantuvo
su rendimiento académico”. Los profesores y padres coinciden en que el
comportamiento de los niños es bueno. Son disciplinados y educados. “Mis hijos
también la forman con el Fortnite, no te creas”, rebaja Ramos, el más
elocuente, al mencionar este juego online que arrasa. “Pero tienen
más madurez y no hay que estar tan encima de ellos”, añade este mecánico de
guaguas, que pide y paga café para todos. Gloria Gil, abuela de Priscila, otra
alumna, amplía los beneficios: "Mi nieta era tímida, no, lo siguiente. No
es que ahora sea extravertida, pero se pone encima de un escenario".
Manuel González, con hijos de 11 y 14 años, es otro de los
padres que forman parte del coro. Futbolero, se presenta con un abrigo amarillo
de la Unión Deportiva Las Palmas. “No cantamos una mierda pero lo pasamos que
te cambas [increíble]”, ríe. Más novel es José María Barrera, de 64 años, que
hasta hace un par de meses no había entonado una nota en su vida. Por la noche
se pone los cascos para escuchar la canción y practicar. “Soy bajo”, presume
este empleado de banca jubilado. Está en Barrios por su hijo Jorge, con
síndrome de Down. Brito no puso ninguna objeción. Sin ser de la zona le abrió
las puertas del grupo de Tamaraceite.
Algunos de los muchachos han pasado la pubertad en Barrios.
"No por no ser rebeldes la adolescencia es menos válida", apunta
Brito ante el comportamiento ejemplar de muchos de sus alumnos. "La
rebeldía la canalizan hacia causas mayores como la defensa del medioambiente o
de los derechos humanos", añade. Cada pieza musical que interpretan tiene
un trasfondo social, algunas de ellas compuestas por el propio músico. Hermes
Iván Santos tiene 17 años y lleva media vida en Barrios. "Parece que la
adolescencia te conduce a estar más separado de tus padres. A mí me ha unido
más a ellos", asegura. Santos, que lleva una raya en la ceja que se prolonga
en una curva imaginaria hasta el pelo de la sien, no quiere ser futbolista como
Jesé Rodríguez (nacido en la ciudad y cedido en el Sporting Club de Portugal).
Le gustaría dedicarse a la música, a componer bandas sonoras para videojuegos.
TE INVITO A MI HOSPITAL
Los niños son los protagonistas en La Azotea Azul, un
espacio al aire libre en el Hospital Infantil Virgen del Rocío de Sevilla. La
fundación El Gancho Infantil habilitó una zona con juegos terapéuticos,
solárium, espacios para cine y teatro y una sala multisensorial. Los menores
hospitalizados, convertidos en anfitriones, invitan a sus familiares y
compañeros del colegio a la azotea en lo que supone un contacto con el mundo
exterior con seres queridos. Los profesionales afirman que este lugar al aire
libre ejerce un efecto positivo sobre el ánimo de los chavales y acorta los
plazos de hospitalización. Esta manera de cuidar a los menores es una de las
iniciativas que agrupa FeliZiudad, la plataforma digital de
Renault que ilustra buenas prácticas destinadas a mejorar la calidad de vida en
las ciudades.
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