A colación de la próxima fiesta de Halloween y de todo lo que se escribe ahora de ella, chistes varios (para muestra un botón), alabanzas, críticas feroces, etc., encuentro un pequeño artículo de Fernando Savater que, como siempre, su mente preclara está a la altura de las circunstancias y de la época en la que nos movemos. He llegado a recibir hasta una campaña que pulula por Whassap que dice "YO TAMPOCO CELEBRO HALLOWEEN". La verdad es que se lo curran, no puedo negarlo, cómo si no hubiera cosas más importantes, pero así somos.
Las fiestas son como son y nosotros, los latinos, y en particular los españoles, nos apuntamos a un bombardeo: suena una nota y la gente se pone a bailar. Además, ¿quién tiene el poder para decidir si algo en nuestro o foráneo? Todas las tradiciones comienzan de una forma u otra, inventadas o importadas, en algún momento que termina diluyéndose. Fiestas religiosas instaladas en nuestro acervo por la Iglesia y que damos por nuestras sin plantarnos de dónde vinieron, fiestas paganas; carnavales, Papá Noel, Santa Claus, los Reyes Magos y el Niño Jesús, días de las madres, de los enamorados, etc., etc., etc. Fiestas y más fiestas. Nerón, entre los grandes visionarios de la manipulación mundial, ya había instaurado su "panem et circenses" y la cosa ha llegado a nuestros días sin mayores dificultades, aunque ya no se maten cristianos se juega al fútbol y listo. Dejemos pues que cada cual se divierta como quiera, acudiendo al cementerio a enramar la tumba del familiar del que no se acuerda el resto del año, disfrazándose de dominatrix, pidiendo caramelos o hasta sentado viendo Tele 5, que de todo hay en la viña del Señor.
‘Jalogüín’
El espanto benéfico se ha borrado
de de mi vida, por mucho que me esfuerce.
https://elpais.com/elpais/2018/10/25/opinion/1540458817_478246.html
Como están recién llegados, los
niños suelen tener poco respeto a las tradiciones venerables de su terruño. Las
celebran, pero como se apuntan a cualquier otro motivo de juerga
extranjerizante. En mi niñez donostiarra, los Reyes Magos coexistían sin roces
con Papá Noel (lo de Santa Claus llegó bastante después, no digamos el racial
Olentzero). En mi casa todos eran bienvenidos y jamás oí decir a mis padres:
“Los nuestros de verdad son estos, no el otro”. Los críos son hoy de su pueblo
tanto como de sus dibujos animados, de su televisión o de sus videojuegos: es
una de las cosas buenas, entre muchas, que tienen los nuevos medios de comunicación
que tanto preocupan a los puritanos… sin dejar de verlos. A mí Halloween, Jalogüín para
nosotros, me resulta una fiesta muy simpática. Como es un ritual adoptado, que
no entendemos del todo, lo de “truco o trato” le suena a cada cual a lo que
quiere. ¡En eso consiste el progreso! Y sea bienvenido ese toque de terror
venial que convierte a las ánimas difuntas en sobresaltos de feria y no en reos
del purgatorio o amenazantes embajadores del fuego eterno…
Ella disfrutaba con Halloween.
Llenaba la casa de calabazas maléficamente sonrientes, iluminadas dentro por
una velita como un remordimiento. Y de brujas chafarderas, vampirillos
descuidados, fantasmas sin malicia, pequeñas calaveras que brindaban un guiño
de la muerte para colaborar cariñosamente con la vida. Ahora llega otra vez
Halloween y no logro invocarla a pesar de guardar con mimo desesperado todos
los adornos macabramente ingenuos que me dejó. El espanto benéfico se ha
borrado de mi vida, por mucho que me esfuerce. Queda el terror que impone su
truco letal y se niega a todos los tratos: la soledad.
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