Hoy ha lloviznado durante todo el día, y ha habido niebla y frío. Aún así opté por desplazarme motorizado para poder hacer las cosas que tenía previsto sin perder un minuto en la desagradable tarea de encontrar una plaza de aparcamiento para el coche. De esta manera llegué esta mañana a La Laguna, con las piernas empapadas y calado hasta los calcetines; desayuno en el Carrera y de allí al banco. Ignoro si es porque estamos a fin de mes o porque el lunes es día de fiesta, pero el hecho es que la cola en el banco llegaba hasta la puerta: cuatro ventanillas, solo dos ocupada y, a los veinte minutos, una de las señoritas decidió hacer algo más importante y nos dejó a los pacientes esperando ser atendidos por una única persona. Calculo que, cuando llevaba casi media hora de pie esperando, se acercó una señora cojeando lentamente, con una muleta y cara de no haber roto un plato jamás. De esa guisa llegó a la que ocupaba el primer puesto de la cola, una mujer, a la que preguntó "mi niña, ¿podrías dejarme pasar? es que tengo un poco de prisa". La señora contestó, muy educadamente, "no señora, lo siento, llevo más de media hora esperando aquí y también tengo prisa" (¡olé!, pensé yo, con un par). Y, como si a Lázaro le hubieran dicho la famosa frase, la señora coja, con la muleta despegada del suelo, se dio media vuelta y rauda desapareció por la puerta del banco hacia la catedral. ¡Milagro, milagro! clamamos todos.
Después de perder una buena horita en esta dichosa sucursal -por obra y gracia de Hacienda, volví a coger la moto, esta vez para bajar a Santa Cruz, Más cosas, almuerzo y a casa de nuevo.
Los planes que tenía para esta noche eran un poco más entretenidos, pues había comprado la entrada de uno de los conciertos del Festival de Música de Canarias de este año. Bajé una hora antes para aparcar sin problema -sí, en coche porque no me apetecía subir a las tantas en moto, congelándome- y, para mi sorpresa, la enorme explanada de aparcamientos entre el Auditorio y el Parque Marítimo estaba completamente llena, a rebosar. ¿Razón? la final del concurso de murgas ¡horror!, ¿y ahora dónde aparco? Recordé que en los bajos del auditorio se encuentra el que posiblemente sea el parking más antipático del mundo, pero adonde me dirigí igualmente. Antipático porque en él todos los caminos conducen a Roma, en este caso a la barrera de salida, y ya se pueden imaginar el caos de tráfico a la hora de salida del concierto. No había otra opción, prepagué (usé la opción "prepago", pero ¿existirá este verbo?) y subí al atrio del recinto a hacer tiempo.
El concierto estupendo, mucho nivel. Ya en casa.
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