De niño me enamoré de los baobabs leyendo El Principito, ¿y quién no?
De adulto tuve la ocasión de verlos por primera vez en un viaje, por carretera (una carretera infame, por cierto, como todas las del tercer mundo, donde más vale circular por el arcén que por la calzada si no quieres caer en un cráter del tamaño del Mar de la Tranquilidad), de Nairobi a Mombasa. Recuerdo que atravesábamos una gran extensión de terreno y al fondo emergieron unas figuras imponentes y extrañas: baobabs.
Estos árboles, que según la leyenda fueron los más hermosos del reino vegetal, extendías sus elegantes ramas hacia el cielo. Sin embargo, su arrogancia era tal que desafiaron a los dioses, exigiendo más poder y grandeza. Enfurecido por su soberbia, uno de los dioses decidió castigarlos. Como consecuencia, los dioses arrancaron los baobabs y los replantaron boca abajo, con las raíces hacia el cielo y las ramas enterradas en la tierra.
En la mitología malgache, los baobabs son árboles sagrados y los espíritus de los ancestros habitan en ellos. Los pueblos de Madagascar los respetan y celebran rituales en su sombra, considerándolos portadores de sabiduría y longevidad, ya que pueden vivir miles de años.
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The Lion King (BSO); *He lives in you.
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