Cuando uno se levanta temprano y sale a la calle es muy posible tropezar con multitud de animales, urbanos o campestres, que disfrutan de la noche y de la ausencia de seres humanos como los protagonistas de Toy Story -¡hasta el infinito y más allá!-. Para empezar, a los gatos de la zona donde vivo les encanta mi jardín (a mi también, todo hay que decirlo, tanto el jardín como los gatos), y la puerta aparece siempre con las marcas de sus patas al trepar, marcas que no limpio porque me gustan; me los imagino saltando para echarse en el césped plácidamente. Recuerdo un bebedero de aves que coloqué hace un par de años, de cerámica, pero que duró muy poco porque lo rompí con la manguera una noche. Allí bebían los mirlos, los mismos que todos los días picotean la zona donde crecen los cipreses y dejan perdida la entrada al garaje.
Por la carretera es normal ver lechuzas, conejos, gatos, algún perro despistado, ratones, pájaros, palomas y a veces hasta caballos.
Nosotros, aquellos que hemos invadido su ecosistema, debemos adaptarnos en la medida de lo posible, respetando su habitat y, por supuesto, conduciendo con sumo cuidado para no atropellarlos. Ellos deben vernos como los indios americanos veían al caballo de hierro, el antiguo ferrocarril del far west.
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Animales de costumbres, *Tropas.
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