Cuando me mudé a mi casa actual, después del traslado express de mis cosas de la antigua a la mía -el comprador tenía prisa y, como era un buen amigo, me achuchaba, tuve la experiencia desagradable de vivir sin electricidad durante tres meses. Como el ser humano es capaz de acostumbrarse a casi todo, me mantuce estoico en mi nueva vida durante esos meses, acostándome cuando se iba el sol, leyendo un rato a la luz de unos faroles de montaña que compré y que conservo como oro en paño y con una linterna Maglite en mi mesilla de noche, la cual sigue ahí porque nunca se sabe. Después de una semana me prestaron un pequeño motor, el cual encendía -me daba vergïenza lo ruidoso que era- solo para calentar el agua antes de ducharme y encender de vez en cuando el microondas, pero nada de nevera, ni TV (que fue lo mejor de todo, saber que se vive mejor sin ella) ni nada que necesitara electricidad constante. Por supuesto todo acabó arreglándose, el papelo hizo su trabajo y la luz y la felicidad llegaron juntas a mi casa.
Esta experiencia se quedó grabada en mi subsconsciente como cuando uno se rompe los ligamentos de la rodilla, tal fue mi caso, y acaba teniendo cuidado al saltar, de manera que cuando se va la luz me da muy mal rollo, hablando claro. La cabeza se retrotae automáticamente y sentir todo oscuro sin remisión me resulta muy desagradable. Hasta que no escuché ese pitido que emiten algunos electrodomésticos cuando vuelve la electrcidad o vi las luces del despertador no pude volver a conciliar el sueño. Ahora, estoy mosqueado, anoche la linterna de mi mesa de noche no estaba en su sitio; ¡bendita linterna del móvil!
Un poco de ópera para empezar esta semana que intuyo intensa.
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Donizetti, "Il duca d'Alba".
*Angelo casto e bel (Luciano Pavarotti).
*Angelo casto e bel (Luciano Pavarotti).
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