miércoles, 16 de septiembre de 2020

FAMILIA

Almuerzo con mis padres y salgo con gran desasosiego, con un pesar en el estómago que se está convirtiendo en una sensación recurrente. Me cuesta cerrar la boca, ese es el verdadero problema, y siempre acabo arrepentido. El asunto es que me preguntan qué opino, durante una conversación sin mayor importancia, y digo lo que pienso, he ahí el quid de la cuestión. Siempre acabo arrepintiéndome porque, visto lo visto, es mejor hablar poco. No se puede luchar contra la fama, que dirían algunos; soy radical en mis opiniones porque, creo yo, simplemente digo lo que pienso y a eso lo llaman ser un extremista y, a estas alturas, el sambenito no me lo quita nadie. Yo intento aportar lo que puedo saber pensando siempre en ayudar, pero desgraciadamente parece que no se ve así. Sé que la solución es no hablar o hacerlo poco, asentir y poco más, pero reconozco que me cuesta muchísimo esta actitud en general. En el trabajo también he tenido problemas al respecto y allí, sin lazos familiares, suelo decir que de florero nada, que si me preguntan qué pienso lo digo.
Al final siempre igual, salgo fastidiado y hasta con dolor de estómago, el dichoso complejo de culpa...
Un poco de ópera para intentar evadirme me ayuda.
Rossini, El Barbero de Sevilla
*Ecco, Ridente in ielo (Juan Diego Flórez).

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