domingo, 15 de marzo de 2020

PEQUEÑA CRÓNICA DE ISRAEL

The Jewish Starlight Orchestra, *Hava Nagila.
Aeropuerto TFN, a punto de embarcar hacia Madrid.

Desde niño me ha fascinado la Historia del pueblo judío, el cine me mostraba su deambular por el mundo en películas como Ben-Hur, Los Diez Mandamientos o Éxodo, que repetían una y otra vez en Semana Santa y que he acabado sabiendo de memoria escenas y diálogos de tanto verlas; después las películas de la 2ª Guerra Mundial, el horror del Holocausto y luego la literatura, o mis años de estudios en un colegio de La Salle. La fascinante historia del pueblo sefardita en España, gente que mantiene su propio idioma, el "ladino", el cual somos capaces de entender; la creación del estado de Israel y las guerras sucesivas; los nazis, los neonazis, mi apellido judeoalemán, el sionismo, el antisemitismo, el conflicto palestino, Oskar Shindler y Ángel Sanz Briz, Golda Meir y tantas cosas interesantes de estudiar a lo largo de los años. 
Siempre he querido viajar a Israel pero, por una cosa u otra, no me había sido posible. Hasta ahora. La cosa fue simple, una familia amiga me invita a acompañarlos a Israel, por una semana, a su apartamento, ocasión imposible de no aprovechar. Digo que sí, me embarco, y allí llegamos sin contratiempo alguno. El paso de la Aduana no tuvo complicaciones y nos encontramos en poco tiempo fuera del aeropuerto Ben Gurión para, desde allí, seguir hacia Tel-Aviv, nuestro primer destino en el país.
Al principio uno se encuentra algo desorientado, todo en hebreo a primera vista, absolutamente ininteligible, aunque entre algún cartel en inglés y preguntando a una chica soldado muy amable, dimos con el transporte que nos trasladó, primero a la estación y, desde allí, en taxi al paseo de la playa, sin mucho tiempo para visitar la ciudad. Aunque no era nuestro destino principal sí teníamos interés en echarle un ojo al paseo, a sus edificios y respirar un poco el ambiente más moderno y cosmopolita del país. La arquitectura racionalista en Tel-Aviv es famosa, pero no pude disfrutar sino de algunos edificios en nuestro paseo en taxi y después los que vimos camino a Jaffa, desde donde finalmente cogimos otro taxi y de allí a la estación de tren que nos llevaría finalmente a Jerusalén, adonde llegaríamos entrada la noche. Tel -Aviv queda pendiente para un segundo viaje que me permita disfrutar de la ciudad con tiempo y un buen plano de arquitectura, tal como probamos en Berlín el año pasado y fue un éxito (¡P, apunta!).

Algunas de las fotos tomadas durante nuestra visita a Tel-Aviv.









Tren, taxi y un pequeño paseo nocturno hasta llegar a la Dung Gate, por donde entramos a la Ciudad Vieja, laberinto donde los haya hasta que uno le coge el tranquilo y recorre el recinto amurallado sin demasiada dificultad (bueno, más bien sencillo gracias a mis compañeros de viaje, mi desorientación es proverbial).

Atravesamos la muralla y nos encontramos, a la derecha, el Muro de las Lamentaciones (en hebreo, הַכֹּתֶל הַמַעֲרָבִי‎ [Hakótel Hama'araví] (abreviado Kotel), en árabe, حائط البراق‎‎ [Ḥā'iṭ al-Burāq], lit. «Muro de Buraq»), preciosa estampa como bienvenida, para empezar a subir escaleras a nuestra izquierda hasta penetrar en el laberinto y terminar preguntando a dos lugareños que, muy amablemente, nos llevaron hasta nuestro apartamento en la calle HaOmer. (punto rojo en el mapa; no pudimos tener mejor ubicación) . Deshicimos el equipaje, nos acomodamos un momento y salimos a la calle a cenar algo y dar nuestro primer paseo jerosolimitano.
Los primeros días fueron muy intensos, la verdad que podríamos decir que todos lo fueron. En la Ciudad Vieja de Jerusarlén recorrimos todo lo que es visitable, desde el Muro de las Lamentaciones, los túneles bajo él, la Mezquita de la Roca y sus aledaños, las murallas que la rodean, iglesias, cementerios, la tumba del rey David, el precioso y cansado paseo hasta el Monte de Los Olivos, maravilloso en sí mismo y maravillosas las vistas que se tienen desde allí sobre la ciudad; la Tumba de los Profetas Hageo, Malaquías y Zacarías; la Vía Dolorosa, la Iglesia del Santo Sepulcro, las diferentes Puertas de la ciudad (Dung, Zion, Jaffa, Jaffa, New, Damascus, Herod's, Lion's, Golden), etc. Todo antes de salir y conocer parte del Jerusalén extramuros.

Nuestros paseos por el interior de la Ciudad Vieja.























Paseo por la Mezquita de la Roca.







The Old City desde las murallas.















Pequeño museo del Holocausto y Cementerio Cristiano.





Hacia y desde el Monte de los Olivos.


















Por la Vía Dolorosa y el Santo Sepulcro una lluviosa mañana.











Hacia el Mahaneh Yehuda Market y el barrio Me'a She'arim.







Una mañana en Palestina (Belén, Basílica de la Natividad, Banksy y el muro).












Una de las excursiones programadas era la subida a Masada (salida de Jerusalén a las 3:00 de la madrugada para poder ver amanecer desde allí), en el desierto de Judea, una visita al Oasis Ein Gedi y finalmente unas horas en el Mar Muerto. ♫ Ni al oasis entré ni en el Mar Muerto me bañé ♪, y para ambas decisiones tengo sendas buenas excusas, créanme. La subida a Masada fue mortal, literalmente. Escogimos el "Snake Path", una subida serpenteante y de pendiente bastante considerable, entre caminos y escalones de piedra, de más de una hora y que me llevó, tras varias paradas para coger resuello, hasta la cima de la montaña, allá donde descansan las ruinas de la fortaleza y de varios palacios como el de Herodes. La subida, muy dura, nos regalaba hermosas vistas del Mar Muerto y desde donde se divisaba Jordania en la otra orilla. Paso a paso logré llegar arriba sin aliento para contemplar las maravillosas vistas del desierto de Judea y las ruinas que allí reposan. Un rato de descanso y disfrute del panorama -menor del que yo hubiera deseado- y vuelta a bajar. Aunque mucho más llevadero este recorrido, también se hizo pesado al tener que bajar frenando incesantemente. El destino -pero sobre todo el horario- no permitió que pudiésemos utilizar el funicular para bajar a la meseta (la verdad es que desconocíamos esta opción).
Desde allí el poco simpático conductor nos dirigió hacia Ein Gedi, oasis que no visité porque necesitaba descansar y lo de volver a patear me apetecía 0 absoluto, para qué engañarlos. Me senté a la sombra con una botella de agua con gas fría, mis inseparables gafas de sol en ristre, disfrutando del descanso del guerrero tan merecido. Una vez sentados cómodamente en el autobús del tour, nos dirigimos hacia un emplazamiento turísticoplayero en la costa del Mar Muerto. Allí, atravesando chiringuitos de venta de sal y pringues varios, cafeterías, paragüitas y demás elementos típicos para guiris all over the world, nos acomodamos bajo un toldo a pasar lo que iba a suponer una mañana entre alemanes varios, jolgorio y risas estridentes. El agua, salada hasta decir basta y con un lecho fangoso alquitranado, tenía todas las papeletas para dejarme la piel hecha trizas, de manera que opté por deleitarme con el espectáculo de las hordas de bañistas teutonas. Acabado el baño volvimos al confort de nuestro apartamento en Jerusalén.
Shalom!












Lástima, se acababa el viaje, ya nos quedaba poco tiempo y aprovechamos para visitar el Museo del Holocausto, las 4 Sinagogas Sefardíes y la Sinagoga Hurva, desde donde pudimos contemplar las últimas y maravillosas vistas del viejo Jerusalén desde la cúpula, una visita preciosa como despedida. Ya poco quedaba para emprender el regreso, en taxi esta vez porque ya había empezado el Sabath y los transportes públicos eran casi inexistentes (trenes y autobuses), hacia el aeropuerto de Tel-Avid y de allí de vuelta a España. Shalom!
























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