Al salir anoche del auditorio, después de disfrutar el Oratorio de Navidad de Bach, donde, por cierto, tenían a los cantantes en penumbra sobre el escenario, tuvimos la oportunidad de presenciar una desagradable conversación, por llamarlo así, entre un matrimonio ya talludito y una de las trabajadoras del auditorio que se emplazan en las puertas durante los conciertos para velar por el buen funcionamiento de todo. La chica en cuestión se deshacía en disculpas por lo ocurrido mientras la pareja, él y ella al unísono, le recriminaban que no hubiera hecho nada al grito de ¡tú no sirves para este trabajo! ¡nos han fastidiado el concierto y tú no has hecho nada! y así una y otra vez.
El asunto venía, según pudimos entender, porque muy cerca de ellos se sentaba otra señora que, a pesar de la prohibición para ello -anunciada convenientemente por la megafonía-, se entretuvo en encender y apagar constantemente su móvil para filmar y/o fotografiar lo que allí acontecía sobre el escenario. Mientras, la pareja en cuestión sufría estos fogonazos de luz una y otra vez, siempre desagradables.
Si bien el matrimonio tenía razón, las formas se la quitaban, no era cuestión de apabullar a la trabajadora de aquella forma, sin posibilidad de defensa alguna por su parte. Finalmente se acercó un supervisor con cara de preocupación a mediar en el conflicto y nosotros abandonamos el edificio, ignorando la conclusión de tan desagradable asunto.
El viejo kōan del budismo zen «Si
un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?» parece haber mutado a «Si una persona hace algo y no lo publica en las redes sociales, ¿lo ha hecho realmente?».
Esto motivó una conversación sobre el tema del uso de los móviles que derivó en algo que me ocurrió hace unas semanas en la oficina de mi trabajo mañanero. Recordé el motivo de un pequeño cambio de impresiones sobre el uso del teléfono móvil en horas de trabajo; ¿es algo tan difícil de entender? Yo creo que no, simplemente aplicar el sentido común. Tanto es así que he llegado a preguntar si se puede instalar un inhibidor de frecuencia en la oficina para que estos dichosos aparatos dejen de funcionar.
Durante las horas de trabajo uno trabaja, 2+2, poco más que explicar. El móvil está para una emergencia, algo concreto, etc., como siempre, como toda la vida se usó el teléfono, en caso de necesidad. Claro que la comodidad que da tener este pequeño aparato cerca y su facilidad de uso hace que se haya convertido en la droga más dura del siglo XXI y que nos haga "disfrutar", una y otra vez, de pánfilos que hablan con padres, hijos y hasta con espíritus; ¿qué has comido hoy? ¿dormiste bien? ¿ya saliste de trabajar? etc., etc., etc. Conversaciones absolutamente prescindibles, inadecuadas e innecesarias en horas de trabajo. En mi caso, el desencuentro con una compañera llegó porque, al preguntar dónde estaba y saber que había salido a llamar por teléfono, salí yo a su vez para preguntarle si sabía que tenía a un señor sentado en su mesa esperando. Lo más irónico es que me dijo: sí, lo sé, ya voy (con un par).
Habrá quien diga que soy un exagerado, un intolerante, que no es para tanto... Pero sí lo es, a la par que absolutamente insolidario con el resto de los compañeros de trabajo por dos cosas: por tener que aguantar tanta babosería privada y porque el trabajo que uno deja de hacer al final siempre le toca a otra, y esto es palabra de dios en la Adminsitración, créanlo. En este caso siempre se premia al inepto y se castiga al resolutivo, el mundo al revés.
En un reportaje sobra adicciones hablaban del uso del móvil, durante las horas de trabajo, en otros países, poniendo el ejemplo en alguno de Centroeuropa, no recuerdo si era en Alemania. Alli hablaba una funcionaria que decía no usar el móvil en horas de oficina porque no estaba bien y que, si necesitaba hacer algo o leer algo, aprovechaba la 1/2h de desayuno. En España es simple, durante el desayuno "también".
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