viernes, 24 de octubre de 2014

AMOR A LOS PERROS

¿Cuánto se puede llegar a querer a un perro?
Son innumerables los beneficios que aportan las mascotas, pero un «amor desmedido» puede ocultar problemas de relación con las personas.
abc.es/ madrid. Día 23/10/2014 - 03.16h

Las mascotas, y quizás de una manera especial los perros, forman parte de nuestra sociedad y de muchos núcleos familiares. Recientemente hemos podido ver el seguimiento que ha tenido entre los defensores de los animales por parte de Javier Limón, marido de Teresa Romero, ante la decisión de sacrificar a su mascota, Excálibur, ante la posibilidad de que portase el virus del ébola y pudiese contagiarlo.
Ambos, y gran parte de la sociedad mostraron el amor que se puede llegar a sentir por los animales. Una relación entre perro y persona que en la mayoría de los casos aporta muchos beneficios, pero que en determinadas situaciones, y en relaciones «llevadas al extremo», pueden resultar perjudiciales.
Desde el punto de vista de la psicología, es natural que se ame o sienta afecto hacia las mascotas. Pero este sentimiento se convierte en dañino si se convierte en obsesivo, haciendo que el sentido de la vida gire en torno a la mascota, e incluso llevando a las personas a caer en la despreocupación sobre otros aspectos de la vida, muchos de ellos básicos, e incluso pueden llevar a determinadas personas a no permitirse tener contactos o relaciones fructíferas con otras personas.
Llevado al extremo, se pueden llegar a dar casos de acaparación de animales, una enfermedad conocida como el «Síndrome de Noé». Se trata de un trastorno psiquiátrico caracterizado por la acumulación de animales, que permanecen hacinados en los domicilios de las personas afectadas. Normalmente se trata de perros y gatos, y sus propietarios no les proporcionan los mínimos cuidados, según recoge la Agencia Sinc.
Científicos del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) han publicado en la revista Animal Welfare el primer estudio en España y uno de los primeros en Europa que aporta datos sobre este trastorno, que tiene consecuencias muy negativas tanto para la salud de las personas que lo sufren como para la de los animales.
Según la investigadora Paula Calvo, este es el «primer paso para el reconocimiento social de este síndrome que preocupa cada día más a las administraciones, ya que se está convirtiendo en un grave problema de salud pública. Aún no existen protocolos de actuación estandarizados para realizar intervenciones en estos casos».
Los investigadores creen que este trastorno tiene implicaciones en salud mental, bienestar animal y salud pública y, por ello, reconocer su presencia en nuestra sociedad es el primer paso para identificar y detectar precozmente los casos y enfrentarlos lo más eficientemente posible.
Preferir a las mascotas antes que a las personas
Según el psicólogo Eduardo Santillán Sosa, quienes prefieren amar a las mascotas más que a una persona son seres que «han tenido graves carencias y frustraciones en sus tratos con los seres humanos, de manera particular desde la infancia o niñez, y que han establecido un alto grado de desconfianza, incluso con aquellos que conforman su entorno familiar».
Sobre este «afecto desmesurado» hacia las mascotas se refería también recientemente César Millán, el «Encantador de Perros», afirmando que el humano no construye una relación de confianza y respeto con su perro, sino solo de afecto. «Si el hombre no tiene hijos, por ejemplo, este animal pasa a ser un accesorio, a llenar espacios vacíos. Es una relación egoísta, aunque se vea bonita. El perro pasa a ser hijo y accesorio, y ya no es perro».
Algunas personas también quieren más a las mascotas por la necesidad de tener una compañía que no los abandone. En este caso un perro puede aportar calidad de vida a las personas que no se sienten queridas, ya que llenan ciertos momentos de soledad o tristeza.
En caso de pérdida o fallecimiento, y dependiendo del grado de afectividad que se haya generado entre la persona y el perro, es probable que el propietario de la mascota genere alteraciones emocionales, tales como ansiedad o depresión.
Una vez que ha fallecido nuestra mascota se pueden tener en cuenta una serie de recomendaciones que harán que se momento sea menos duro.
En primer lugar es conveniente conservar durante un tiempo los hábitos más comunes que compartíamos con nuestra mascota, como pueden ser los de salir y pasear por los sitios habituales. Poco a poco se irán sustituyendo estas rutinas por otras actividades.
No resulta conveniente sustituir una mascota por otra, ya que se tiende a comparar a la nueva mascota con la anterior y a intentar buscar los mismos comportamientos y actitudes que en el animal desaparecido. Hay que tomarse cierto tiempo antes de decidirse por una nueva mascota.
La pérdida de nuestro perro es un momento difícil pero no se debe olvidar que con el paso del tiempo los recuerdos se convierten en algo agradable y se disipa el dolor.

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