¿Cuánto se
puede llegar a querer a un perro?
Son innumerables los beneficios que aportan las mascotas, pero un «amor desmedido» puede ocultar problemas de relación con las personas.
Son innumerables los beneficios que aportan las mascotas, pero un «amor desmedido» puede ocultar problemas de relación con las personas.
abc.es/ madrid. Día
23/10/2014 - 03.16h
Las mascotas, y quizás de
una manera especial los perros, forman parte de nuestra sociedad y de muchos
núcleos familiares. Recientemente hemos podido ver el seguimiento que ha tenido
entre los defensores de los animales por parte de Javier Limón, marido de Teresa
Romero, ante la decisión de sacrificar a su mascota, Excálibur, ante la
posibilidad de que portase el virus del ébola y pudiese contagiarlo.
Ambos, y gran parte de la
sociedad mostraron el amor que se puede llegar a sentir por los animales.
Una relación entre perro y persona que en la mayoría de los casos aporta muchos beneficios, pero que
en determinadas situaciones, y en relaciones «llevadas al extremo», pueden
resultar perjudiciales.
Desde el punto de vista de la
psicología, es natural que se ame o sienta afecto hacia las mascotas.
Pero este sentimiento se convierte en dañino si se convierte en obsesivo,
haciendo que el sentido de
la vida gire en torno a la mascota, e incluso llevando a las
personas a caer en la despreocupación sobre otros aspectos de la vida, muchos
de ellos básicos, e incluso pueden llevar a determinadas personas a no
permitirse tener contactos o relaciones fructíferas con otras
personas.
Llevado al extremo, se pueden
llegar a dar casos de acaparación de animales, una enfermedad conocida como el
«Síndrome de Noé». Se trata de un trastorno psiquiátrico caracterizado por la
acumulación de animales, que permanecen hacinados en los domicilios de las
personas afectadas. Normalmente se trata de perros y gatos, y sus
propietarios no les proporcionan los mínimos cuidados, según recoge la Agencia
Sinc.
Científicos del Instituto
Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) han publicado en la
revista Animal Welfare el primer estudio en España y uno de los
primeros en Europa que aporta datos sobre este trastorno, que tiene
consecuencias muy negativas tanto para la salud de las personas que lo
sufren como para la de los animales.
Según la investigadora Paula
Calvo, este es el «primer paso para el reconocimiento social de este síndrome
que preocupa cada día más a las administraciones, ya que se está convirtiendo
en un grave problema de salud pública. Aún no existen protocolos de
actuación estandarizados para realizar intervenciones en estos casos».
Los investigadores creen que este
trastorno tiene implicaciones en salud mental, bienestar animal y
salud pública y, por ello, reconocer su presencia en nuestra sociedad es el
primer paso para identificar y detectar precozmente los casos y enfrentarlos lo
más eficientemente posible.
Preferir a las mascotas antes que
a las personas
Según el psicólogo Eduardo Santillán Sosa,
quienes prefieren amar a las mascotas más que a una persona son seres que «han
tenido graves carencias y frustraciones en sus tratos con los seres
humanos, de manera particular desde la infancia o niñez, y que han establecido
un alto grado de desconfianza, incluso con aquellos que conforman su entorno familiar».
Sobre este «afecto
desmesurado» hacia las mascotas se refería también recientemente César Millán, el «Encantador de Perros»,
afirmando que el humano no construye una relación de confianza y respeto con su
perro, sino solo de afecto. «Si el hombre no tiene hijos, por ejemplo, este
animal pasa a ser un accesorio, a llenar espacios
vacíos. Es una relación egoísta, aunque se vea bonita. El perro pasa a ser
hijo y accesorio, y ya no es perro».
Algunas personas también quieren
más a las mascotas por la necesidad de tener una compañía que no los
abandone. En este caso un perro puede aportar calidad de vida a las personas
que no se sienten queridas, ya que llenan ciertos momentos de soledad o
tristeza.
En caso de pérdida o
fallecimiento, y dependiendo del grado de afectividad que se haya generado
entre la persona y el perro, es probable que el propietario de la mascota
genere alteraciones emocionales, tales como ansiedad o depresión.
Una vez que ha fallecido nuestra mascota se
pueden tener en cuenta una serie de recomendaciones que harán que se
momento sea menos duro.
En primer lugar es conveniente
conservar durante un tiempo los hábitos más comunes que compartíamos con
nuestra mascota, como pueden ser los de salir y pasear por los sitios
habituales. Poco a poco se irán sustituyendo estas rutinas por otras
actividades.
No resulta conveniente sustituir
una mascota por otra, ya que se tiende a comparar a la nueva mascota con la
anterior y a intentar buscar los mismos comportamientos y
actitudes que en el animal desaparecido. Hay que tomarse cierto tiempo antes de
decidirse por una nueva mascota.
La pérdida de nuestro perro es
un momento difícil pero no se debe olvidar que con el paso del tiempo los
recuerdos se convierten en algo agradable y se disipa el dolor.
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