En uno de los suplementos domingueros de los periódicos españoles, en la última hoja, se realiza una pequeña entrevista, a modo de preguntas y respuestas sencillas, a un personaje de interés, que suele ser un escritor, un político, un actor, etc. En medio del cuestionario, donde las preguntas son recurrentes, se realizan dos muy similares:
¿Qué valora en una mujer? ¿y en un hombre?
Las respuestas son de todo tipo e índole, desde los que contestan con monosílabos, los que se extienden más o menos, lo que dicen el mismo adjetivo para ambos sexos o uno para cada cual.
Esta mañana, después de una agradable conversación telefónica con una amiga, me planteé a mi mismo las preguntas que comentaba antes, y en ambos casos hubiera respondido, en caso de ser yo el entrevistado (permítanme los delirios de grandeza), que la lealtad, tanto en ellos como en ellas. Hablar de los demás, y mal, es un mal intrínseco en los humanos, me temo, y si alguien piensa lo contrario que tire la primera piedra. Ahora, a los amigos, a los seres queridos, hay que cuidarlos, hay que protegerlos, hay que defenderlos si es necesario; no hay nada más pernicioso que un "amigo" desleal, un zorro en un gallinero, un lobo con piel de cordero (con perdón de los animales que no tienen culpa ninguna). La deslealtad suele venir aparejada con la mediocridad, con el miedo al hundimiento. Qué mejor solución que ahogar al de al lado, aunque sea el mismo socorrista que nos está ayudando, para llegar sano y salvo a la orilla. Ande yo caliente, ríase la gente, que diría el sobreviviente. Poco podemos hacer con el desleal, porque desgraciadamente muchas veces son invisibles, y cuando te das cuenta puede ser ya demasiado tarde. La solución, si lo tienes cerca y lo has calado, es hablar del tiempo y poco más. Ah, y siempre con la sonrisa en la cara, que no note debilidad alguna.
Por cierto, por si alguno me lee, torres más altas han caído.
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