A muy pocas personas les agradan los roedores, aunque en esto las ardillas salen ganando, los ratones así así y las que pierden por mayoría son las ratas. Lo entiendo, son un poco desagradables, su tamaño, su color, su forma de moverse. Vale, no son muy agraciadas, pero a mi no deja de darme pena encontrármelas aplastadas en cualquier carretera. Antes, sin ir más lejos, y aprovechando que lucía el sol y era un buen momento para sacar la moto, quedé para almorzar con mi amiga Isa, la bibliotecaria, y me fui, sin prisa pero sin pausa, paseando, hacia el restaurante donde nos esperaban sendos solomillos. Por el camino me tropecé -yo soy de los que corren poco con la moto- a una pobre rata que había perecido aplastada, como en los dibujos animados, pero con sangre de verdad, por la rueda de algún coche que la cogió desprevenida. Estaba completita, bien aplastada pero entera. Y me dio mucha pena pues, al fin y al cabo, es un pobre animal de campo, al que los humanos le hemos arrebatado su entorno, que igual que yo había decidido darse un garbeo por los prados soleados y calentitos entre El Ortigal y La Esperanza. Lo malo es que a esta pobre el paseo le salió caro. R.I.P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario