domingo, 6 de junio de 2010

A SINGLE MAN

Como casi cada domingo me dispongo a ver una película en el DVD antes de dar por terminado el día y empezar a pensar que mañana es lunes: terrible panorama. Hoy me decidí por la primera película que dirige Tom Ford, "A single man" (Un hombre soltero). Magnífica puesta en escena, grandes actores (grandioso Colin Firth), buena fotografía, estupenda música, vestuario impecable; no hará falta decir que me gustó mucho, está claro. Creo que quedaría bien en nuestro Club de Cine; quizá me anime con ella cuando me vuelva a tocar escoger.

Crítica cinematográfica de Miguel A. Delgado.

En su deseo de alcanzar la perfección visual, la narración termina perdiendo garra, y por momentos el esteticismo acaba interfiriendo en la profunda humanidad del personaje de Colin Firth. El diseñador Tom Ford debuta en el cine con la adaptación de la novela “Un hombre soltero”, de Christopher Isherwood. Pero que nunca se haya puesto tras la cámara no quiere decir que no tenga referencias cinematográficas: entre los pliegues de esta historia del duelo de un profesor universitario que ha perdido a su pareja masculina en un accidente de automóvil en la paranoica California de principios de los sesenta, se puede rastrear la influencia de un director como Wong Kar-wai en su mirada hacia la pasión y los sentimientos desde una apuesta marcadamente esteticista. Claro que Ford ha buscado apoyarse en un valor seguro que le sirva de viga maestra de toda la estructura, y lo ha encontrado en Colin Firth, un actor que regala una interpretación capaz de agotar todos los elogios, expresando el dolor y desesperación de su personaje con la misma elegancia con la que se viste, se mueve, habla o, incluso, hace uso del cuarto de baño. Firth llena de encarnadura un papel que tiene que rehuir el expresar de manera demasiado elocuente su profunda tortura, su soledad o su falta de un verdadero motivo para levantarse por la mañana. La película sigue al protagonista en un día con un especial significado, e intenta trasladar la trascendencia con la que éste observa todo lo que le sucede. El problema es que, en su deseo de que todo tenga un significado, un componente inolvidable, llega a recargar la cinta con un exceso de recursos estéticos (hasta extremos difícilmente explicables, como el ralentí con el que está filmada su salida en coche de la casa, desde el que contempla a los niños que juegan en el jardín vecino). Y eso que nadie podrá negar la habilidad con la que están construidos muchos de sus planos, la belleza física de la mayor parte de los actores que por él desfilan, el cuidado con el que aparecen vestidos (no podía ser de otra manera, dado el curriculum del director) o el esmerado uso de la fotografía y la música. Como si las dos almas del director coincidiesen en una sola mirada, la que nos ofrece la cinta, Tom Ford nos muestra un mundo del que el protagonista se siente ya excluido. Pero, a pesar del dolor, no se trata de un mundo agresivo, ajeno a la belleza; antes al contrario, “Un hombre soltero (A single man)” se recrea en mostrar todos los motivos por los que el personaje debería amar la vida. Unos motivos que, sin embargo y debido a su dolor, acaban volviéndose contra él. Y sin embargo, cuando mejor funciona la cinta es cuando lo más cotidiano toma el primer plano, como el flashback en el que el protagonista recuerda una conversación con su pareja, o toda la secuencia de la cena con el personaje de Julianne Moore. Como en tantas ocasiones (y como le ocurre en mayor medida al último Pedro Almodóvar, quien por otra parte parece inspirar algunos de los momentos de la cinta), al final se trata de un problema más de proporción que de habilidad. En su deseo de alcanzar la perfección visual, la narración termina perdiendo garra, y por momentos el esteticismo acaba interfiriendo en la profunda humanidad del personaje de Colin Firth. Son esos momentos de pérdida de intensidad real (la película busca ser casi permanentemente intensa) lo que acaba descompensando, en parte, el resultado final. Aún así, Tom Ford demuestra ser capaz de hacer creíble algo tan difícil como la expresión de los sentimientos. Sólo necesita comprender que, para brillar, la hermosura necesita poder compararse, de vez en cuando, con algo de menos nivel: como dijo el clásico, nadie puede ser exquisito permanentemente.

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