En el colegio y después en la universidad, algo que se absorbe casi sin querer es la capacidad de trabajar en grupo, de compartir. Es en esta etapa de la vida cuando conocemos -queremos y odiamos- a todo tipo de "compañeros"; ¿quién no ha conocido al que no te presta sus apuntes en alguna ocasión? haberlos, haylos, ¿o no?
> Ha sido punto o me llevo el balón, que es mío.
> No te presto la goma que me la gastas.
> ¿Mis apuntes? Haber ido a clase.
Para vomitar, sí, estamos de acuerdo. Gentuza.
Ya, adultos, estos personajes, más colegas que compañeros, pululan a nuestro alrededor y de ellos hay que guardarse -más ahora que se acerca Halloween-. La falta de respeto es su bandera, la sonrisa su cara y los puñales su arma. Ladinos, rastreros, tóxicos, serpentean por la superficie empozoñando todo aquello donde dejan sus babas. Hasta el aire se vuelve rancio.
Pero hay trucos, aquí van dos de ellos: 1) en vez de mirar a los ojos de esta gente, que gusta comunicarse sin levantar la vista, mejor hacerlo a las manos, es posible que lleven el puñal en alguna de ellas; 2) comprobar si la lengua es humana o viperina (aunque en estos tiempos de mascarillas la cosa pinta complicada).
En caso de posible envenenamiento, una ducha fría, pasear con el perro, hablar con un amigo o respirar el yodo del mar es un buen antídoto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario