Ay, los amigos
De ser un servil halagador a lanzar la primera piedra hay
tan solo un paso.
Casi nunca le preguntan a la madre de un preso si cree o no
en la inocencia de su hijo. De una manera sufrida asume los errores de ese ser
al que tanto quiere, y entiende, con admirable inteligencia emocional, que no
dejarle solo con su culpa es parte del proceso de reinserción. Hay siempre
alguna disculpa, las malas compañías es la más habitual, pero mantener el
cariño a pesar de los errores es el mayor soporte para quien ha tropezado. Lo
que está ocurriendo con los hombres célebres investigados por acosar, abusar,
violar o comportarse inapropiadamente con las mujeres (a veces también con
varones) es digno de estudio sociológico. Cuando salieron a la luz los
testimonios de mujeres que denunciaban públicamente el acoso sexual al que las
había sometido Plácido Domingo, amigos del tenor, admiradores y algunas colegas
de su gremio que decían conocerlo tanto como para poner la mano en el fuego por
él o dejarse cortar un brazo, se creyeron en la obligación de salir en su
defensa y lo hicieron de manera curiosa: el mero hecho de ser amigo lo
convertía en inocente y a las denunciantes en embusteras. A esa tesis se apuntaron
algunas de esas políticas que echan mano del vocabulario freudiano para definir
como histéricas a las mujeres que osan denunciar a un gran hombre. El mero
hecho de ser un reputado artista exime de culpa, porque ¿qué mujer en su sano
juicio no va a querer meterse en la cama de una estrella?
Es muy posible que ahora comience una desbandada, que
aquellos amigos, promotores de la alta cultura, o esas mujeres con las que al
parecer siempre fue correctísimo, marquen una fría distancia. Así es como está
evolucionando este asunto en Estados Unidos, de donde importamos tan
discutibles y veleidosos comportamientos: de ser un servil halagador a lanzar
la primera piedra hay tan solo un paso. Se trata de no quedarse atrás en el
señalamiento público para que quede claro que uno está libre de pecado. Es una
vieja manera de sacudirse una culpa que tiene algo de colectiva dado que forma
parte de un sistema que protege al poderoso y silencia a la víctima.
Suele decirse, ya es un concepto manido, que hay que
distinguir entre la persona y el artista. A mí me parecería más hondo, en casos
como éste, que los que han sido defensores ciegos reflexionaran un poco sobre
lo que significa la amistad. Los políticos nos han acostumbrado al odioso
teatro de justificar las tropelías de los suyos para salvar el honor de un
partido, que es como salvar su propio pellejo. La pertinaz corrupción española
nos empuja a ese tipo de cínicas actitudes. Había, en el cierre de filas en
torno a Domingo, una legitimación del abuso de poder y el habitual rechazo a
todo lo que huela a causa feminista. La tolerancia con el jefazo que mete mano
a las chicas está tan instalada como el culpabilizarlas a ellas por ponerse a
tiro. Pero ¿y los amigos?, ¿y las colegas?, ¿es una prueba de lealtad con un
amigo desacreditar a quien le denuncia?, ¿el apoyo emocional a un acusado al
que admiras incluye la humillación de las ya humilladas?
Hay muchas actitudes que se aprenden de la gente humilde.
Tan acostumbrados están esos familiares que visitan a sus presos a perder,
porque nacen con casi todo perdido, que son capaces de entregar su amor sin
necesidad de aprobar un mal comportamiento. El amigo que aísla a un acusado
actúa, sobre todo, por miedo al contagio. Hay que ser valiente para admitir que
hay ocasiones en que nuestros amigos o algún miembro de nuestra familia tienen
una parte reprobable y oscura. Por eso nunca he acabado de entender, en otro
orden de cosas, que la Casa Real actúe como si su particular oveja negra no
existiera. Existe. Todos contamos con alguna en nuestro entorno. Y la compasión
es compatible con admitir que alguien debe estar en la cárcel o ser reprendido
públicamente. No hay cariño sin coraje.
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