En su trabajo, Marx viene a afirmar que existen atributos
diferenciadores entre la filosofía atomista de Epicuro y la de Demócrito.
En estos tiempos que vivimos, donde emerge el análisis
político en cada esquina, viene al hilo señalar al filósofo más citado y menos
leído del mundo. Me refiero a Karl Marx y,
con ello, a su disertación científica en forma de tesis titulada: Diferencia
de la filosofía de la Naturaleza en Demócrito y Epicuro, un trabajo donde
penetra en los primeros conceptos atomistas de la Grecia clásica y refuta
principios que siempre han estado más cerca de la religión que de la ciencia.
El joven Karl Marx contaba con 24 años cuando se presentó a
defender su doctorado en la Universidad de Jena -año 1841-, lo que viene a
demostrar que la relación que mantenía con la ciencia venía de lejos. En este
caso, su escrito va tomando forma contestataria desde el principio, proponiendo
el lugar que merecen las escuelas filosóficas marginadas por las ideas
aristotélicas dominantes. De esta manera, escribe Marx, los epicúreos, estoicos
y escépticos han quedado relegados a los márgenes “casi como un complemento
inadecuado, sin ninguna relación con sus vigorosos antecesores”.
Lo que Marx viene a afirmar en su tesis es que existen
atributos diferenciadores entre la filosofía atomista de Epicuro y la de Demócrito,
y los señala. Aunque Demócrito explicó la existencia de los átomos dando lugar
a una teoría ingeniosa desde lo más pequeño, desde lo que no tiene división,
fue Epicuro el que explicó las tres formas de movimiento de
los mismos en el vacío.
Mientras para Demócrito los átomos se hallan en el espacio
sujetos a dos movimientos para Epicuro existe un tercer movimiento, un
movimiento intermedio que ocurre cuando el átomo se desvía de la línea. En este
movimiento que intuyó Epicuro reside la clave de la divergencia entre ambas
formas de entender el átomo. En los otros dos movimientos -el de caída, en
línea recta y el que viene dado por la repulsión entre varios átomos - tanto
Epicuro como Demócrito afirman lo mismo.
El movimiento a partir de la desviación del átomo o
“Clinamen” tenía para Epicuro un sentido utópico pues “ella no está ni en un
lugar cierto ni en un tiempo determinado”, la desviación se produce en el
mínimo espacio posible.
Con todo, el movimiento del átomo va a tener otro atributo
diferenciador en ambas concepciones. Mientras para para
Demócrito los átomos se mueven por causa mecánica, para Epicuro, el movimiento
de los átomos provoca desviaciones casuales y, por lo tanto, orgánicas, donde
el azar es un derecho intrínseco de la naturaleza.
En su tesis, Karl Marx reivindica a Lucrecio señalando que
fue el único que entendió la física de Epicuro en un sentido profundo. Para
Lucrecio, la desviación quiebra los pactos del destino y esta imagen, Marx la
identifica con lucha y resistencia. Ya puesto, Marx se dedica a dar mandobles
metafóricos a la religión y no reconoce la autoridad de San Agustín puesta por
delante por el filósofo francés Pierre Bayle cuando este critica a Epicuro por
haber olvidado el principio espiritual que Demócrito atribuyó a los átomos.
Según Marx, es en esa desviación que señala Epicuro donde está representado el verdadero
alma del átomo por ser este su principio activo.
La tesis de Marx salió publicada años después de su muerte y
aquí apenas se conoce. En estos tiempos tan “políticos”, no estaría de
más revisar a Karl Marx a propósito de sus apreciaciones
científicas. El principio activo de su filosofía parte del atomismo entendido a
la manera de Epicuro y que Lucrecio revitaliza. De esta manera, el filósofo
menos leído del mundo va a llevar la filosofía a la acción identificándola con
la ciencia.
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