El agua salpicando en los charcos que formaba la lluvia sobre las aceras de hormigón de mi barrio en Nueva York me transportó a aquel colegio de la España de finales de los 60, donde un niño de 6 años, tímido y al que no le gustaba el fútbol, entraba por primera vez, por la puerta del patio de abajo y paraguas en mano, a lo que serían sus siguientes once años de infierno.
Alaska y Dinarama, *Carne, huesos y tú.
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