El Gatsby que aún ruge en Nueva York
Buscamos el glamour y el espíritu de la novela, a propósito del estreno de la película, por Long Island, pero sobre todo por los escenarios de Manhattan que hoy serían irreconocibles para Nick y Jay. Eso sí, todavía hoy se puede beber como Gatsby.
Ángel Jiménez de Luis Nueva York
En las mansiones de Great Neck es fácil cerrar los ojos e imaginar el ruido del descorche de las botellas de champán, el jazz provocador y las fiestas legendarias de los años en los que Nueva York bebía a escondidas. A esta franja de la costa norte de Long Island la llaman acertadamente la costa dorada por la enorme concentración de riqueza de sus habitantes. Aquí veraneaban o vivían muchas de las grandes fortunas de principios del siglo XX, los herederos de las compañías petrolíferas; los grandes nombres de la América industrial; los Vanderbilts, los Astor, los Frick...
Aquí compraban también sus mansiones los nuevos ricos, los que hicieron fortuna durante la Gran Guerra y la Ley Seca. Los varios Gatsbys en los que se inspiró Fitzgerald para crear su trágico personaje. Hoy quedan apenas unas 400 mansiones a lo largo de Long Island -la mitad de las que llegaron a construirse- pero la mayoría se concentra en este rincón, a 30 minutos en Rolls Royce de la isla de Manhattan.
Los locos años 20
«La ciudad vista desde el puente de Queensboro es siempre la ciudad vista por primera vez, con esa salvaje promesa de encerrar todo el misterio y la belleza del mundo», escribe Fitzgerald en su novela. Queensboro es el puente que une dos mundos, el de las fiestas de verano de la mansión de Jay Gatsby y la noche neoyorquina de las luces, el jazz y el alcohol clandestino. La barrera que anuncia el fin del valle de las cenizas, el extenso y -en aquel entonces- gris barrio de Queens, y que devuelve a los protagonistas a la locura de de la noche y de la música.
El puente es aún una de las vías de comunicación directas con el midtown de Manhattan aunque hoy sería irreconocible para Nick y Jay. La ciudad de los años 20 asoma todavía en algunas esquinas, pero es fácil desviar rápidamente la mirada a las imponentes torres de cristal y acero que bordean Central Park.
En Times Square las pantallas digitales han sustituido a las primeras luces eléctricas que alumbraban la plaza y la mayoría de los bares son hoy trampas para turistas o un destino tolerado a regañadientes por quienes acuden a cualquiera de los musicales de Broadway.
El hotel Plaza, en cambio, mantiene aún intacta la fachada que Fitzgerald describió con detalle en su novela. También muchos de sus clásicos salones, como el patio de las palmeras, donde aún acude la alta sociedad neoyorquina a tomar el té de la tarde.
La adaptación cinematográfica de la novela ha servido de excusa para rediseñar muchos de los menús del hotel. Estos días es posible tomar un cóctel inspirado en las bebidas de la época en el Rose Club, uno de sus bares, y acompañado de música Jazz. Los mercados de comida gourmet del interior del hotel recuerdan al delicioso food court de los almacenes Harrods y se han convertido en una excelente parada a media mañana antes de descansar en el césped de Central Park, con recetas preparadas siguiendo el estilo de cocina de la época.
El cocktail perfecto
Es posible retener la sensación el glamour y el espíritu de la novela bajando la Quinta Avenida. Tiffany's y Prada, por ejemplo, han desplegado en sus escaparates algunas de las creaciones más sorprendentes para la nueva adaptación cinematográfica de la novela de Fitzgerald. Brooks Brothers tiene también toda una línea de ropa inspirada en la cuidada estética de la película.
Para beber como Gatsby, sin embargo, hay que huir hacia el sur, a los speakeasies que aún es posible encontrar en la ciudad, detrás de puertas sin rótulos y falsas paredes y estanterías. Son templos del cóctel clásico que recuperan la atmósfera clandestina de la Ley Seca. Hay más de una docena repartidos por Nueva York pero tres buenas formas de beber a la salud de Pat Harrison y Thomas H. Cullen -los encargados de abolir la ley seca en 1933- son Raines Law Room, Little Branch y Experimental Cocktails.
Para beber como Gatsby... En Chelsea, cerca del Flatiron, se encuentra Raines Law Room. Toma su nombre de la ley que en 1986 prohibió servir alcohol los domingos a los bares y que tuvo una imprevisible consecuencia: muchos bares acabaron transformados en hoteles con habitaciones de alquiler por horas para escapar de la ley. Hoy es un excelente lounge con exquisitos cócteles y un ambiente íntimo, pero conviene llamar con antelación para reservar mesa.
En el West Village, Little Branch ofrece la posibilidad de mezclar un buen Gin Fizz o un Dark & Stormy con la música de un excelente cuarteto de jazz.
Experimental Cocktails, en el Lower East Side, es una de las entradas más recientes de la lista y tiene un ambiente algo más moderno y desenfadado, pero igualmente encantador y sugerente. Como en el resto de los integrantes de la lista hay que ir con la dirección apuntada y dispuesto a tocar en la puerta, sin ningún letrero o señal. La calidad de la copa bien lo merece.
A ritmo de jazz
Es imposible separar el Jazz del Nueva York de los años 20 y aunque en EEUU no faltan ciudades dispuestas a declararse capital mundial del género, la Gran Manzana aún tiene buenos argumentos para defender su candidatura.
Hoy Gatsby no acudiría a ningún local cercano a Times Square, con la posible excepción del Dizzy’s Club en Columbus Circle. Harlem y el Village serían sin duda mucho más atractivos.
Tal vez podríamos encontrarlo entre las mesas del Village Vanguard o el Blue Note o quizás prefierese la atmósfera íntima y más improvisada del Smalls -uno de los secretos peor guardados de la ciudad- o el 55 Bar, con esa mezcla de Jazz y Blues y que, de vez en cuando, deja paso a impresionantes actuaciones de Funk.
Todos, sin embargo, se antojan demasiado tranquilos y poco extravagantes. Para un hombre de excesos, para alguien dispuesto a quemar la noche, tal vez el punto canalla del espectáculo burlesco habría sido mucho más apetecible. Con el pulso firme a la hora de firmar cheques Jay Gatsby habría entrado con facilidad en uno de los clubes más exclusivos de la ciudad, The Box, con su transgresor espectáculo de variedades de tintes eróticos y acrobáticos, sus prohibitivo servicio de botella en mesas y ese toque decadente que marcó toda una época.
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