Yo no conocí a Lilia, pero no por eso dejo de sentir su muerte. Llego ahora de su funeral, triste y muy emocionante. Me hubiera gustado hablar, pero hacerlo en público es tan difícil para mi como estornudar sin cerrar los ojos. ¿Qué se puede decir mejor de una persona que su afán por compartir su amor por los demás? No la conocía, repito, pero de algún modo formaba parte, como el resto de nuestro pequeño grupo, de su vida. Y todo gracias a su hermana Fina, nuestra compañera, nuestra confidente, nuestra amiga, nuestro apoyo incondicional. ¿Cómo no sentir la muerte de Lilia después de saber de las andanzas de su hija por tierras fundamentelistas de la América profunda?, o las andanzas surferas de su hijo, o las aventuras y desventuras madrileñas de su sobrino o sus viajes a lo largo y ancho... ¿Cómo no sentir su muerte después de compartir con Fina sus alegrías y sus tristezas por su hermana?, o las historias de Maribel, cuyo NO a los perros se tornó en pasión desbordada.... ¿Cómo no compartir la pena de la pérdida después de escuchar a esos tres niños al frente de un pelotón de ojos llorosos sacando del alma las mejores palabras al borde de la rotura...? ¡Y lo bien que cocinaba!
Yo comparto que los amigos debemos estar para las buenas y para las malas, pero sobre todo para las buenas. Estar presente en los tiempos oscuros es una bendición, pero afortunadamente estos momentos deben ser escasos si los comparamos con el resto del tiempo durante el cual tenemos la suerte de apoyamos unos en otros. Las cosas triviales se vuelven importantes porque llenan nuestros pequeños espacios, eso tan sencillo, aparentemente, que sólo consigue hacer la buena gente. Ratitos para compartir un café, hablar de fútbol (aunque al resto nos guste más bien poco -o nada, en mi caso-), contarnos nuestras penas, hablar de un viaje que llega y de los que no, Never y la rata muerta, la Kung Fu...
Yo no conocía a Lilia, pero lo he sentido tanto por Fina que me alegra haber estado compartiendo con ella ese momento de amor en el funeral.
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