Juan José Millás, 08.12.2024
Siempre me he preguntado por el fuego de esa chimenea que tan familiar resulta ya a los consumidores de los telediarios. ¿Será realmente de leña o lo provoca un chorro de gas productor de esas llamas que abrazan una pila de troncos falsos? Soy un experto en fuegos de chimenea y no me parece que esa leña esté bien apilada. De ser auténtica, podría desmoronarse en cualquier momento y caer sobre la alfombra provocando un incendio de horribles consecuencias. Dudo, en fin, de la sinceridad de ese hogar. Hay maneras increíblemente realistas de imitar las llamas y su movimiento en apariencia errático. Acuda usted a una gran superficie de mobiliario doméstico y lo comprobará.
Afirmémoslo, pues, sin temor: estamos ante un fuego de atrezo. Un fuego que trata de parecer lo que no es y que quizá lo consiga. Tal vez toda la habitación sea un plató. Tal vez las personas que actúan en ella sean meros actores. El mundo como representación. Observen, si no, la naturalidad teatral con la que Trump se inclina hacia Biden, haciéndole un comentario que obliga a sonreír a ambos. ¡Qué cortés resulta todo! No ya la chimenea hogareña, con sus adornos vegetales (quizá de plástico), sino la atmósfera genuinamente civilizada con la que estos dos sujetos se muestran ante la doliente humanidad. Me pregunto hasta qué punto este planeta en vías de extinción no es ya un set donde cada uno de nosotros representa, sin ser conscientes de ello, un papel en apariencia inocente, como ese fuego que pese a mentir sobre su origen, abrasa lo mismo que si procediera de un tronco de roble. La cosa es que no es lo mismo. Aún no.
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