sábado, 21 de octubre de 2023

CRÓNICA AUSTRAL (I)


ESPERANDO LA TELETRANSPORTACIÓN

En esta ocasión el viaje era especial por múltiples motivos, algunos conocidos, otros menos compartidos. El hecho es que este año 2023 ha resultado, hasta ahora, muy complejo, sobre todo en el ámbito profesional mañanero -del vespertino no me puedo quejar- y con muchos cambios en mi vida privada, de domicilio incluido; los que hayan pasado por una o varias mudanzas sabrán de lo que les hablo.
Pues bien, llegado a ese punto y en vísperas de mi cumpleaños, día que intento hacer coincidir cada año con la primera mitad de mis vacaciones, resueltos algunos papeleos, firmas y demás, y comenzamos estas vacaciones que han resultado épicas y gracias a la generosidad del mejor amigo que se puede tener. Emulando a los cuentos de las mil y una noches, nuestro viaje duró un mes y una noche, algo más modesto pero igual de digno literariamente. Una única y pequeña maleta con lo indispensable: guías y atlas de carretera y campings, novela "El caso Alaska Sanders" -la verdad es que leí poco-, un par de pequeños mapas de bolsillo, auriculares con cancelación de ruido (mano de santo en un avión), iPad, pasaporte, visados, un mini neceser y la ropa. Ah, y una pequeña mochila comprada en Oviedo donde llevaba lo necesario más a mano. Esto es todo, listos ya para empezar los vuelos que nos llevarían a nuestra primera etapa: Sídney.

Viajar es un placer, no hay duda, pero ¿qué decir de las interminables esperas en los aeropuertos y los vuelos eternos?  Aun así, que nos quiten lo viajado! Durante la ida tenemos el componente de la emoción, de la sorpresa por lo que está por llegar, por el descubrimiento, por el comienzo. Los vuelos de vueltas ya son otra cosa, nos devuelven a nuestra vida. 
¿Para cuándo el teletransportador? Star Trek ya lo predijo, así que están tardando. Claro que nos quejamos por vicio, si no que se lo pregunten a los exploradores de siglos pasados que tenían que conformarse con interminables viajes en barco, sobre caballos o burros y camellos, diligencias, carros, etc. Mientras la Uhura de turno no nos envíe a los confines en una milésima de segundo nos conformaremos con el avión. Sea así pues.
Nos esperaban muchas horas hasta llegar a Australia, con escalas en Madrid, Munich y Singapur y volando con la estupenda Singapur Airlines, compuesta por la tripulación más amable que he visto jamás. Vuelos que parecen no tener fin, comidas que entretienen más por la novelería y por matar el tiempo que por suculentas, películas en el iPad, juegos en el móvil, lectura y hasta alguna cabezadita. Lo peor es no poder dormir de un tirón porque, por muy cómodo que puedan ser los sillones, estar sentado durante diez horas seguidas, más doce después, con el cuello tieso, lo hace muy difícil; arrastro una tortícolis que no se me acaba de ir.
 

El aeropuerto de Singapur merecería una crónica aparte, pero debo resumir. Caminando sobre una estampada y mullida moqueta recorríamos pasillos con tiendas de puro lujo, decenas de restaurantes y salas de espera individuales para cada vuelo, entre otros entretenimientos. Llegó finalmente la hora prevista de nuestro vuelo que salió puntual como un reloj hacia Sídney. 
Y llegamos. 
Ningún problema en la aduana, visado y pasaporte preparado. Un oficial muy amable al que parecía gustarle España y que nos saludó con un par de frases chapurreadas pero que siempre se agradecen, nos dio entrada al país y de allí directos al taxi que nos llevaría al hotel. 

Empezaba todo así.

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