Anoche, feliz, cambio la hora del beep en el despertador para dormir un poco más, pero no ha habido manera. A las 6:50 un dichoso mosquito decidió dar un garbeo demasiado cerca de mi oreja y ya suponen el desenlace. En pie desde esa hora, cafesito, que diríamos aquí, retoce de Octavia en el jardín y a la calle. Tengo previsto trabajar estos dos días en casa, en el despecho; se acumula el trabajo y como tengo tan poco tiempo durante la semana he de aprovechar los fines de semana. Lejos quedan aquellos tiempos en que estos eran como los que desconoce Maggie Smith en Downton Abbey. En fin, clase media pura y dura, lo que hay.
Así pues salí a la calle, sí, con uno de los libros que leo, el estupendo "Sukkwan Island", del que poco me queda para terminarlo, sentándome en una cafetería a la que suelo ir a tomar el segundo café cuando no trabajo. Allí me encontré a unos amigos policías con los que terminé sentado de cháchara; poca lectura.
Ahora estoy disfrutando con libros donde la naturaleza es la protagonista, naturaleza que me evade y me aleja de la monotonía, los planos, los informes... Claro que no he podido sucumbir a empezar el último de la saga "Millenium", el 6º, siempre ambientado en la preciosa Estocolmo. Estos dos libros, junto al clásico de Jack London "Cuentos de los mares del sur", son lo que me están dando fuerzas para aguantar el tiempo que me queda hasta las primeras vacaciones de este año.
Escucho la radio mientras vuelvo a casa tras pasar por el supermercado pertrechado con comida canina y un par de cosas más -hoy me prepararé rancho vegetariano-, cuando acabo detrás de un camión con una señal trasera que rezaba "Transportes de animales vivos". Estos rersultaron ser dos apacibles vacas que se balanceaban ligeramente en la atalaya del vehículos, desconocedoras igual que yo del destino del camión. Desgraciadamente, viendo luego el giro del mismo supe que se encaminaba hacia el matadero, qué tristeza más grande.
En la radio escuchaba una entrevista a un médico sobre un tema que ni recuerdo, sin mayor interés, hasta que el entrevistado dijo, como final de una perorata, "marica el último". En ese momento me vinieron a la cabeza tantas conversaciones recurrentes sobre el lenguaje inclusivo, tan de moda ahora. Qué acostumbrados estamos y qué poca importancia le damos a frases como éstas: marica el último, pareces una mujer, eso es una mariconada, sexo débil, etc. Si bien quizá estemos en un extremo en esta época y se le está dando demasiada importancia al lenguaje, es verdad que por algo hay que empezar y es ahora un buen momento como otro cualquiera. La cosa mejoraría mucho si dejásemos relegado al pasado esta manera de hablar tan hiriente, por mucho que sea coloquial y que se haga sin maldad (¿o no?). Luchemos para dejar atrás hechos que no se sustentan ni con tristes, y actuales, declaraciones del tipo "los valores de antes eran otros", o lo que es lo mismo, antes se podría acosar a las mujeres y era lo normal.
Pongámonos a trabajar que se me pasa la mañana. ¡Feliz fin de semana!
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