"Ese no es mi problema", frase repetida hasta la saciedad por los trabajadores públicos sin amplitud de miras. Trabajar en la función pública no es fácil, lo sé por experiencia, pero precisamente los problemas de los Administrados son los problemas del funcionario, he ahí el quid de la cuestión. Si un funcionario no asume ese rol mal estamos. Hay problemas que se pueden solucionar y otros que, desgraciadamente no, pero quien trabaja para la Administración tiene la obligación de buscar una solución, si ésta existe, porque para lo que al funcionario le supone un expediente más el ciudadano lo ve como algo terrible, ¿y qué mejor que tranquilizarlo en la medida de lo posible?
Recuerdo una ocasión en que un anciano vino a hablar conmigo porque le robaban los aguacates en su pequeña finca, una y otra vez. Él, harto ya, colocó una valla rudimentaria que, automáticamente fue denunciada por un vecino, y la bola de nieve siguió creciendo hasta que le llegó un requerimiento que hizo que se le hundiera el mundo. Llegó, me contó y en mitad de su charla fue tanto lo que lloró que la conversación, por ambas partes, se hizo imposible. Después de calmarse él, y yo también, buscamos una solución y se fue feliz. A partir de ese día me di cuenta que un simple problema se puede ver enorme o pequeño según el lado en el que te encuentres.
Me contaba un arquitecto municipal una crítica que le había hecho su jefe: "Tú más que arquitecto municipal pareces el arquitecto de los Servicios Sociales del ayuntamiento", a lo que él contestó: "Y a mucha honra". Claro que es sólo mi opinión, pero creo que no existe otra forma de ver el trabajo público: ayudar a los demás, siempre.
Esto que escribo me viene a la cabeza al leer un interesante artículo en EL PAÍS acerca del Presidente de Portugal Rebelo de Sousa, artículo que comparto.
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El arrollador fenómeno del presidente de Portugal ya se
estudia en la universidad
Una tesis doctoral indaga en la extraordinaria popularidad
de Rebelo de Sousa, elegido hace tres años jefe de Estado del país.
Hace tres años llegó andando hasta el Parlamento para que le
invistieran presidente de Portugal. Había ganado las elecciones con el 52% de los votos, un
gasto de 157.000 euros en la campaña electoral (tres veces menos que la
candidata del Bloco de
Esquerda) y la colaboración de solo siete personas. Marcelo Rebelo de
Sousa rompió en 2016 todos los moldes de las campañas políticas y ahora su caso
se estudia en la universidad.
Después de este tiempo, su actividad frenética no va en
detrimento de los estudios de opinión. El 71% de la población tiene una imagen
positiva de él y el siguiente político está a más de 20 puntos. Los que le ven
con malos ojos no llegan al 7%.
Sandra Sá Couto, profesora de la Facultad de Letras de la Universidad de Porto,ha estudiado
el fenómeno Marcelo en su tesis doctoral El
presidente-celebridad.Sá Couto, como periodista, cubre las campañas electorales
desde 2001, pero solo en la de Rebelo de Sousa vio que había algo distinto.
El entonces candidato, de 67 años, católico por encima de
todo y militante del Partido Social Demócrata, renunció a la maquinaria
partidista, a las banderolas, los mítines, los himnos y las pancartas. Salía a
la calle y empezaba a hablar con la gente y a abrazarla. Se convirtió en
el candidato de los afectos y después en el presidente de los
afectos. “A veces”, comentaba en campaña: “Las personas solo necesitan
consuelo, un abrazo, que las escuchen. Ya entienden que no les voy a solucionar
sus problemas”.
Su hiperactividad no ha menguado con los años, mientras han
ido cayendo, desfondados, algunos miembros del servicio presidencial. Viajes
infinitos, fuera y dentro del país, recepciones, discursos, visitas, sin
distinguir entre días laborables o festivos. Si entre semana llega con el coche
presidencial, el sábado conduce el suyo para asistir al funeral de una amiga y
sentarse, discretamente, en la última fila de la iglesia.
La tesis de la profesora es que Rebelo de Sousa percibió
antes que nadie que los nuevos políticos tenían que ser así, cercanos a la
gente, pero sinceramente cercanos. El presidente de Portugal ha pasado las
navidades comiendo en comedores populares, durmiendo en casas de víctimas de
incendios y echando una mano allí donde se necesita.
Según un sondeo publicado por el semanario Expresso a
los dos años de mandato, el 52% de los portugueses deseaba hacerse una
fotografía con Marcelo. Un 3,3% ya tenía un selfi con él, una cifra que se
traduce en 330.000 selfis, más de 450 personas por día. Pese a los márgenes de
error de estas encuestas, quizás en esta ocasión habría que elevar los cálculos
para acertar.
Su popularidad no es a costa de menoscabar su autoridad como
presidente. Rebelo de Sousa acostumbra a cenar con los corresponsales
extranjeros. En la primera de ellas, después de cuatro horas de charla,
agotados los periodistas, uno de ellos golpeó reiteradamente su cucharilla en
la taza del café. Marcelo entendió la indirecta y levantó educadamente la
reunión. En la siguiente cena, seis meses después, el entorno de la Presidencia
hizo llegar a la Asociación de Periodistas la sugerencia de que el de la cucharilla
no asistiera al convite.
Marcelo es sinónimo de éxito. Una agencia de publicidad
recurrió a él para autopromocionarse. Abrió la web TeleMarcelo, donde
la gente dejaba el teléfono de algún conocido para que le despertaran con una
frase real del presidente de la República: “Aquí Marcelo Rebelo de Sousa.
Interrumpí una reunión que tenía. Acabé una y voy a comenzar otra, pero quería
enviarte un beso”. En un día se realizaron 107.000 llamadas.
Su omnipresencia crea algunos problemas al Gobierno. En los
trágicos incendios de octubre de 2017, después de los no menos trágicos de
junio, el primer ministro António Costa telefoneaba a la ministra de Interior
para pedir información. Antes de colgar, Costa le pedía perentoriamente a la
ministra:
—Haz lo que sea, pero llega antes que Marcelo.
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