Me regaló mi amiga Bea un tapiz traído de América (lo siento Bea, no recuerdo exactamente de dónde) y, para ser sincero, aunque me encantaba -los colores son geniales-, no encontraba un sitio para colocarlo como se merecía. Estuve dándole vueltas y al final opté por una solución salomónica, l i t e r a l m e n t e: dividí el tapiz en dos y de él han salido dos preciosos y grandes cojines para colocar en mi cama.
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