Por fin, sí, vacunado. Primera dosis de Pfizer, sin síntoma alguno salvo un ligero dolor en la zona del pinchazo en el brazo izquierdo. Según mi amiga I, pinchado con la mejor. Sea como fuere, en uno de los recintos universitarios donde todo funcionaba como un reloj, solo tuve que esperar cinco minutos y ya estaba frente a una enfermera que acababa su trabajo en un tris. Si le duele tómese un paracetamol, me dijo al despedirme dándome una tarjeta con la fecha de la segunda dosis, en tres semanas. Quince minutos esperando alguna reacción que nunca llegó y vuelta a casa motorizado. Algo tan sencillo y a lo que estamos tan acostumbrados, una vacuna, ahora con tanta trascendencia. Me sentía contento, ufano, satisfecho; me sentía vivo de nuevo, un superhombre. Son tantas las ganas que tengo de recuperar mi vida que ya cualquier cosa, por pequeña que sea, me resulta un triunfo. Una buena ocasión para celebrarlo escuchando un vals que nos anime la mañana del lunes.
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Puccini, La Boheme. *Vals de Musetta.
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