lunes, 19 de marzo de 2018

NESSUN DORMA, UNA CRÓNICA SUECA

Kiruna y el Círculo Polar Ártico.

Si Philip Roth fue mi acompañante viajero en Nueva Zelanda mientras leía "La conjura contra América", en esta ocasión ha sido "Que nadie duerma", de Juan José Millás, la novela que quedaré unida a estas increíbles vacaciones en Laponia. Durante la preparación del equipaje escogí dos libros esta vez, no muy extensos, que parecían idóneos para disfrutarlos en los vuelos, éste y "La tregua" de Benedetti. Finalmente empecé con uno al sentarme en el trayecto a Estocolmo, "Que nadie duerma" y lo terminé durante el regreso en un avión prácticamente vacío. ¡Quién iba a decirme que en el plazo de dos meses volvería a Suecia! El reclamo fue claro, un simple comentario que nos hace una pareja amiga durante una cena en casa: estamos pensando en ir a ver las auroras boreales en marzo, y es barato. Ante esta frase, ¿quién podría resistirse? Y así empezó todo.
Cuatro salimos, cuatro volvimos.
Escucho Turandot mientras escribo esta pequeña crónica viajera recordando cómo tuve que meter ropa de mucho abrigo en una única maleta porque el billete de Ryanair a Skavsta, al sur de Estocolmo, era con equipaje de mano únicamente; bueno, dejaban una pequeña bolsa de mano, de manera que compré una mierdimochila que resultó ser un éxito, una mezcla entre bolso de Mary Poppins y Hermione Granger: iPad, libros, cleenex, pasaporte, cables, auriculares... Claro que en el avión uno va disfrazado de cebolla, todo encima, botas y chaquetón incluidos, y eso ayuda. Finalmente cupo todo en la maleta, asombroso. 
Estocolmo me gusta, mucho, a pesar del frío invernal. Poco puedo decir después de haber disfrutado de un intenso fin de semana largo en enero y ahora, con más frío si cabe, nevada incluida para empezar este viaje, con paseos largos por la ciudad, biblioteca y grandes almacenes incluidos. Por cierto, en NK estuvimos un buen rato en la planta de los muebles, estupenda, qué gusto tienen los nórdicos para el diseño. Lámparas, menaje, muebles y hasta velas con olores indescriptibles.
Si bien nuestra intención era sólo hacer noche allí y volar a Kiruna al día siguiente, Norwegian se encargó por sí sola de trastocarnos los planes al anular el vuelo al norte, con unas horas de antelación, de manera que pasamos los primeros días en la ciudad, volamos a Kiruna y regresamos de nuevo a Estocolmo en tren para coger el vuelo de regreso a casa. Qué placer pasear por una ciudad con buena compañía, risas, comentarios ingeniosos y excelente comida (habíamos reservado desde aquí en el restaurante Slingerbulten, en Gamla Stan, para darnos la bienvenida, acertando de pleno). Ni siquiera el Whassap logró que abandonase el modo OFF, conectado en mi cabeza al despegar del aeropuerto de Gran Canaria.
Cenamos la noche siguiente en un restaurante recomendado por la "prima sueca", frecuentado por periodistas, donde brindamos con champán y disfrutamos de una más que agradable conversación. Un encuentro muy entrañable.
En esta ocasión el tiempo ayudó poco, el cielo se mantuvo gris durante toda nuestra estancia en la capital, nevando el último día. Aún así aprovechamos el tiempo para dar un garbeo por la zona comercial, atravesar la ciudad en dirección al Museo Vasa ellos, nosotros al de Arte Moderno -edificio de Rafael Moneo-, con obras de uno de mis pintores favoritos, Francis Bacon; crucero mañanero entre las islas, Gamla Stan, y de postre un rato de descanso en el interior de la Biblioteca de Asplund. 
Varias vistas de Estocolmo.
La magnífica Biblioteca de Asplund (1928).

Dormir, dormir, dormí poco, amanecía demasiado temprano y con tan pocas horas de luz a uno no le apetece correr las cortinas de la habitación, de manera que antes de las 6 de la mañana estaba yo leyendo el periódico en la cama. En Kiruna amanecía aún más temprano por lo que continué  mi vigilia, leyendo o disfrutando del paisaje. Durante nuestra vuelta en tren de Kiruna a Estocolmo pasó lo mismo, unido a que las literas del coche-cama eran tan pequeñas que temía caerme al darme la vuelta. Aún así, durmiendo tan poco, los sentidos se agudizan durante los días tan intensos llenos de novedades y de emociones que ya recuperaré las horas de sueño aquí, ¿o no? Pavarotti me recordaba continuamente, cada mañana al despertar, nessun dorma.
Volando hacia Kiruna desde Estocolmo.

Así pasaron los fríos y animados días en Estocolmo hasta que, esta vez desde el aeropuerto de Arlanda, tomamos un vuelo hasta Kiruna donde nos esperaba nuestra estancia en Camp Alta. Un vuelo corto, agradable, sobre un paisaje completamente helado, nos anunciaba lo que nos íbamos a encontrar en nuestro destino. Desde el pequeño aeropuerto nos dirigimos en autobús hasta el centro de la ciudad ubicada junto a la mina de hierro más grande que existe (en la foto puede comprobarse su tamaño al compararla con el área residencial a su derecha). Nuestro campamento, junto al lago Altajarvi, completamente congelado, se encontraba a unos 13 kilómetros al E de Kiruna.
La mina, Kiruna y, a la derecha, el campamento Camp Alta.
Nuestra cabaña con el lago al fondo.
Camp Alta.

Desde nuestra cabaña, algo más aisladas, salíamos por las noches vestidos de una mezcla entre esquimales y astronautas, para adentrarnos en el helado lago a contemplar las auroras boreales en silencio absoluto, roto por nuestros gritos de emoción. La primera noche, una vez instalados en nuestra casa, nos recogieron para comenzar con el esperado paseo en trineo tirado por huskies. El guía nos explicó que los perros disfrutan con estas excursiones, que esperan emocionados aullando de excitación, que lo llevan en los genes. Los perros, absolutamente amigables, se dejaban acariciar a riesgo de que se nos congelaran las manos al quitarnos los guantes, pues la temperatura rondaba los -25°, terrible. Y parece que las excursiones se cancelan ¡a partir de los -40°!, por los turistas, claro, los perros felices. Nos contaba Marcos, nuestro guía que resultó ser madrileño con novia sueca, que en verano los perros salen de paseo sólo si hay menos de 11°, el resto de los días permanecen en el campamento resguardados del calor. Vaya una moda la de tener huskies en lugares cálidos, pobres perros.

El silencio total nos rodeaba mientras atravesábamos el bosque o algún lago sin árboles, sólo roto por el sonido del arrastre de los patines del trineo o los aullidos de los perros. Al pararnos en medio de toda aquella naturaleza apabullante y blanca, aún de noche cerrada, iluminada por la linterna frontal del guía y las estrellas, disfrutamos dentro de un tipi donde se encendió una hoguera para calentar la sopa de champiñones con la que entramos en calor por un rato. Nuestras manos congeladas, desnudas por un momento para acariciar a los cariñosos perros, fueron recuperándose poco a poco hasta que volvimos a sentarnos en el trineo y emprender el camino de vuelta al campamento. 
Photo by Mia Stålnacke

Marcos tenía preparada la sorpresa de la travesía al apagar su frontal justo en medio del lago que atravesábamos, encontrándonos bajo la majestuosa aurora boreal que ocupaba gran parte del cielo. De las fotos que el más valiente de nosotros logró tomar no salió ninguna decente, no sé si por la pobre óptica de la cámara del móvil o por el torpe manejo de la GoPro con las manoplas, de manera que las imágenes se quedaron en nuestra retina sin poder compartirlas. Buscando en Google encontré esta foto de Mia Stålnacke que me atrevo a compartir para que se hagan una idea aproximada. La primera noche un éxito absoluto, trineo, perros y aurora sobre nuestras cabezas, simplemente fantástica.
Camp Alta desde el interior.
Camp Alta desde el lago.

Llegamos a nuestra cabaña bastante entrada la noche, medio congelados, sin parar de hablar y comentar lo que había sido el paseo, la experiencia en el trineo, los huskies, las auroras, el frío... Nos esperaban las motos de nieve al día siguiente, temprano, nos recogerían a las 9 para, una vez pertrechados de nuevo de nuestra ropa de astronautas esquimales, montarnos en las snowmobiles para ir hasta el Ice Hotel donde pasamos la mañana, almorzamos en el buffet del hotel y recorrimos las habitaciones. Allí nos decían que la gente dormía en aquellas habitaciones a -5°, pero la verdad yo no lo entiendo. Sí, todo muy espectacular, diferente, puro arte, pero ¿para dormir a esa temperatua? No way! 


Kiruna Icehotel.

Esquí de fondo, paseos nocturnos hasta adentrarnos en el lago para volver a ver las auroras al caer la noche, ducha caliente y reparadora, risas... Se terminaba nuestra aventura polar y teníamos que regresar a Estocolmo, esta vez en tren, coche-cama con litera triple.


Antes de la salida del tren nos dimos el último paseo por Kiruna, almorzamos, visitamos la iglesia y caminamos un par de kilómetros hasta la estación para aguardar hasta que llegara nuestro transporte; nos quedaban por delante casi 15 horas de viaje, aunque como casi todo el recorrido fue de noche resultó muy agradable; no hay mejor somnífero que el chacachá del tren, que diría Mocedades. Así, saliendo de Upsala, la penúltima estación, recogimos de nuevo el equipaje para bajarnos en la estación central de autobuses, de nuevo en Estocolmo. Frío pero sin nevar, aprovechamos un buen rato para desayunar sin prisas antes de volver a la zona de los autobuses para encaminarnos hacia el aeropuerto de Skavsta desde donde volveríamos a despegar hacia Gran Canaria en un avión prácticamente vacío.

Sobrevolando el cielo sueco en nuestro vuelo de regreso.

El viaje se acababa y con él mis vacaciones. Hora era ya de regresar a Tenerife, poner mi cerebro en modo ON e intentar que la vida no me devore (¿no es esto lo que queremos todos?). Sentado en el Binter, sin botas después de una semana, con el Teide al fondo, orgulloso de su cima nevada, repasaba mentalmente todo lo que nos había ocurrido esta última semana. Atrás quedaba aquella conversación frente a la chimenea donde nos preguntábamos cuál había sido nuestro mejor viaje hasta ahora. Difícil respuesta, muy difícil. Nadie supo decantarse por uno o por otro, aunque todos coincidimos en que Kiruna estaba, sin duda, entre los primeros (si no el primero).
 Volando de Gran Canaria a Tenerife.

PD. Hablaba por Whasaap con una compañera de trabajo anoche y le decía al despedirme: espero no haberme perdido nada aquí. O mejor, ¡espero habérmelo perdido todo!
Turandot, Puccini. *Nesun Dorma.

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