O cómo destrozar una y otra vez el lenguaje. Ay las modas, todo lo corrompen; ahora sufriendo esta nueva ola de feminismo recalcitrante donde las mujeres son unas santas e inteligentísimas y los hombres unos lerdos explotadores. La lacra de la violencia de género es terrible, nadie lo discute, cambiemos las leyes por tanto, proporcionemos las penas al delito, pero basta ya de demonizar a los hombres por el mero hecho de serlo. Esta nueva moda de feminizar el lenguaje es terrible, absurda completamente. Me recuerda a un amigo que defendía la mili voluntaria mientras pedía que la hicieran las mujeres también, porque ¡si la hacemos nosotros que la hagan ellas! El quid no es erradicar lo que está mal sino repartirlo entre todos.
Yo llevo trabajando más de 25 años como arquitecto y algo menos en la Administración, y lo he hecho tanto con hombres como con mujeres. Les aseguro que me he encontrado de todo: ineptos e ineptas, vagos y vagas, carotos y carotas, impresentables e impresentablas, antipáticos y antipáticas, buenos y buenas, eficientes y eficientas, dogmátricos y dogmáticas, cuadriculados y cuadriculadas, cobardes y cobardas, correveidiles y correveidilas, lisonjeros y lisonjeras... ya vez, como en botica; ¿realmente es importante el tanto por ciento de unos y otros, unas y otras, unos y otras, unas y otros?
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El lenguaje lo sufre todo
Da la sensación de que ciertos partidos están señalando tanto lo que
desean, que acaban concentrados en su propio dedo
ÁLEX GRIJELMO10 FEB 2018 - 00:00 CEThttps://elpais.com/elpais/2018/02/09/opinion/1518197386_243671.html
La lengua española lleva mucho tiempo siendo torturada por la política,
para ver si así confiesa sus culpas. La Constitución ya forzó el término “nacionalidades”
en aras del consenso; pero nadie dice “este año ha nevado mucho en mi
nacionalidad”. A eso se unió la bienintencionada decisión de suprimir del
castellano los topónimos tradicionales de Cataluña (ojo: los tradicionales, no
los inventados por el franquismo), y decimos “Girona” y “Lleida” mientras los
catalanohablantes siguen mencionando, legítimamente, “Saragossa”, “Lleó”,
“Conca”, “Terol”… Los eufemismos se suman a esa tortura; y a ellos se añaden,
con opuesta voluntad, las duplicaciones de género o la conversión de epicenos
en femeninos (ahora “portavoces y portavozas”).
La solidaridad al contemplar los problemas de la mujer lleva a muchos
ciudadanos a decir “la jueza” y “las juezas”. Esa aque marca el femenino
no añade información, pero denota la intención ideológica de fondo; y es
comprensible.
Esta corriente, por cierto, ha mostrado gran interés en “jueza” o
“concejala”, pero ninguno en otros femeninos igualmente posibles, como
“corresponsala”, “estudianta” o “ujiera”; al tiempo que desdeña las
duplicaciones de las que sí dispone el idioma, como “poeta” y “poetisa”, pues
se pretende unificar en “poeta” las dos alternativas y usar una sola forma para
los dos géneros, justo lo contrario de lo que pasa con “juez” y “jueza”.
La insistente campaña duplicadora ha contribuido, sí, a formar una
conciencia general. Pero incluso las más exitosas campañas publicitarias
caducan algún día y son retiradas para no cansar al público y resultar
contraproducentes. De hecho, la machacona duplicación del género (si fuera
esporádica y más simbólica en un discurso se digeriría mejor) agota seguramente
a muchas personas, y tal vez les hace pensar si no se atenta ya contra su
inteligencia cuando alguien dice “los diputados y las diputadas de mi grupo”;
porque todos los españoles saben que los grupos están formados por diputados y
diputadas, y la duplicación parece decirles que no se han enterado.
Del mismo modo, la frase “fui a una boda y no dejé de gritar vivan
los novios” activa de inmediato la imagen de un hombre y una mujer que se
casan, pero ahí sí sería necesario advertir de que los contrayentes eran por
ejemplo un novio… y un novio. No se puede pensar en la aplicación de la lengua
sin reflexionar también sobre cómo los contextos compartidos (y cambiantes)
influyen en los mensajes.
Ciertos partidos hacen tanto hincapié en el léxico que, a fuerza de
mirar el escaparate de su lenguaje, olvidamos lo que se debería despachar en su
mostrador: leyes que mejoren la vida de las mujeres y anulen la brecha
salarial, dotaciones contra la desigualdad, más servicios sociales...
Ésas son las iniciativas que hacen falta. Ahora bien, requieren
capacidad de pacto entre fuerzas afines que puedan formar mayorías para sacar
adelante las soluciones. Pero da la sensación de que esos partidos están
señalando tanto lo que desean, que acaban concentrados, ellos mismos, en su
propio dedo.
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