“Busco la puerta que conduce a la
realidad porque estamos en el delirio”
Juan José Millas publica la
novela ‘Que nadie duerma'.
Madrid 16
FEB 2018 - 22:59 CET
https://elpais.com/cultura/2018/02/16/actualidad/1518798077_280717.html
Juan
José Millás se vuelve pájaro en su última novela. Ha sido
ahogado, hombre escondido en un armario, habitante furtivo de los bajos de una
cama. Y ahora es pájaro, una mente alojada en el fondo del cerebro de una
taxista que busca sin freno por Madrid a un actor que la sedujo desde la casa
de al lado poniendo a todo volumen Nessun dorma, de la Turandot de
Puccini cantada por Pavarotti. La novela es un drama que Millás, de 72 años,
envuelve en el ingenio. De modo que el viaje al alma destruida de las personas
se convierte en aventuras que parecen llevar a la vez al abismo y a las
carcajadas. Le propusimos hablar de Que nadie duerma (Alfaguara) en
uno de los sitios de su propia vida, el Ateneo de Madrid, donde escribió
algunas de sus novelas. Y la entidad republicana nos dejó el despacho que allí
tuvo Manuel Azaña. El despacho sigue intacto. Millás no quiso sentarse en el
sillón del presidente de la República. Un respeto.
Pregunta. Esta es una novela
de lugares. ¿Qué relación tiene usted con este lugar, el Ateneo?
Respuesta. Es una importante
memoria sentimental. Me lo descubrió Carmen Martín Gaite. Le gustaba ir a
bibliotecas de recogimiento a escribir. Y la biblioteca del Ateneo tiene
pupitres, cada uno con su lamparita, para aislarte, con las paredes hasta
arriba de libros. Aparte del edificio y de su historia —fíjate: ahora estamos
en el despacho de Azaña, pone los pelos de punta—, la biblioteca tiene mucha
madera, con lomos de libros muy bien encuadernados. Representa el mundo de
todos los ingenuos que hemos creído que la salvación está en la cultura.
P. ¿Cómo era escribir aquí?
R. Aquí escribí tres
novelas. Salía de casa con el coche, aparcaba en el Congreso. Y a veces lo
pasaba mal: a la entrada había un guardia que te hacía abrir el maletero y
siempre pensé que iban a encontrar un cadáver. Y me venía a la biblioteca. Se
permitía fumar. Cuando lo prohibieron me fui a la pecera, que me gustaba porque
tenía forma de cerebro. Escribí Volver a casa, La soledad era estoy
creo que El jardín vacío. Por estas bibliotecas parece que no pueden
pasar ni la guerra: son burbujas en las que estás a salvo porque dentro de la
cultura —tengo yo esa impresión— estamos a salvo.
P. El libro pasa justamente
por esta calle.
R. He callejeado mucho esta
zona. Y mi personaje pasa por aquí, claro. Para mí este trayecto es como
recorrer una parte de la burguesía ilustrada, de la cultura madrileña y
española. El Ritz, el Palace, el Jardín Botánico. Un cogollo que representa una
aspiración cultural gigantesca.
P. Y aquí sufrió usted una
lipotimia que le cambió la vida.
R. Fue cenando con unos
amigos, en una época de los noventa en que yo no estaba muy bien. Me dieron dos
o tres lipotimias. En esa que citas me sacaron fuera, el aire y la humedad me
despejaron y cuando desperté exclamé “¡ya está!” como si hubiera llegado a otro
sitio de mi vida. Aquella lipotimia marcó un antes y un después. Volver de una
lipotimia es como volver de la muerte: te fulmina. La ves llegar y te da
vergüenza. Pero una micra de segundo antes de que desaparezcas hay una especie
de liberación en la que también te dices ‘¡que le den por el culo a la
realidad!’. Después vuelves con la impresión de que estrenas realidad, es como
una segunda oportunidad para vivir.
P. En su novela se dice.
“¿Sacrificarías la vida por la realidad?”
R. Sí. Creemos que vivimos
en la realidad, pero esto que estamos viviendo no puede ser la realidad. Hay
muchos escritores que buscan la puerta que conduce a lo fantástico. Yo busco la
puerta que conduce a la realidad porque en lo fantástico ya estamos, en lo fantástico
malo, en el delirio malo. La función del escritor no es buscar la puerta al
delirio sino la que conduce a la realidad porque no sabemos dónde estamos. Pero
esto no puede ser la realidad.
P. Todo lo que cita en el
libro, los lugares, los trayectos, existe, pero usted lo convierte todo en un
movimiento perpetuo de locura, una mujer que es a la vez la sustancia de un
pájaro.
R. Es un delirio dentro del
delirio. La mujer protagonista de la novela se hace taxista por amor; se
enamora de un hombre al que ha visto una sola vez, y cree que haciéndose
taxista alguna vez él la parará desde una esquina.
Mientras ocurre, ella está segura
de que ocurrirá, se dedica a recorrer la ciudad imaginando que unas veces está
en Madrid, otras en Pekín, haciendo el bien. Es una especie de Quijote femenino
que en lugar de andar sobre un burro va en un taxi pensando siempre en su
Dulcinea. Siempre pensé que en las ciudades se inventaron las calles no sólo
para llegar de un sitio a otro sitio sino para llegar de un sitio a otro de uno
mismo.
Los que tenemos cierta edad
podríamos hacer un viaje por la vida en dirección contraria, como hace el
salmón, remontando el río por los libros que nos han marcado. Cuando lees un
libro te mueves como si fueras un fantasma. Desde que he descubierto esta
dimensión de la lectura, el lector como fantasma, cuando releo cosas antiguas
me reencuentro con el fantasma que fui y es un encuentro muy curioso, porque te
permite dialogar contigo mismo.
P. Y usted está dentro de
este libro.
R. Claro. Lo que le ocurre
al personaje de mi novela, que sólo puede escuchar ópera cuando la pone su
vecino, es absolutamente autobiográfico. Tengo un vecino aficionado a la ópera
y cuando la pone yo la escucho a través del tabique. Me pone los pelos de
punta. ¡Y si la pongo yo me pone nervioso! Esa relación es extraña: es como si
yo me tomara un ibuprofeno y le quitara el dolor de cabeza a mi vecino. ¡La
música me tiene que pillar a traición!
P. Cerca de EL PAÍS su
personaje padece una escena de miedo. Y el miedo que usted describe puede
identificarse con el miedo del Millás…
R. Es muy probable. Te dejas
mucho de ti en los personajes. ¡Fíjate lo que se dejó Flaubert, lo que trasladó
a Madame Bovary de sus cartas! Luego lo filtras a través del
narrador, la metamorfoseas e introduces una operación casi de orden químico.
Naturalmente que el autor está muy presente en los personajes de sus novelas.
P. ¿Podríamos decir entonces
que, como el personaje de la novela, en cierto modo Millás se ha vuelto pájaro?
R. Sí, porque la novela en
parte es producto también de un momento en el que empecé a leer cosas sobre
pájaros; me quedé fascinado por ese mundo tan poco conocido, de su
inteligencia, y supe que hay gente rara que son observadores de pájaros, que
viajan, emigran con los pájaros buscando comportamientos. En cierto modo me he
convertido en pájaro escribiendo esta novela.
P. ¿Qué tiene de pájaro?
R. De pájaro tengo la
nostalgia de no haber sido pájaro. Tengo un cuento, quizá real, en el que digo
que un día me llevó mi padre a la sierra de Madrid. Volvimos al atardecer, paró
en un sitio, nos quedamos mirando en ese momento en que la tarde parece que se
detiene, un poco en penumbra. Y mi padre dijo: “Cuando yo no esté, te pares en
un sitio como éste y veas un pájaro, ese pájaro seré yo”.
P. ¿O sea que este libro es
sobre usted y sobre su padre?
R. En gran medida, sí.
Atardecer. Oscuro. Últimos
asientos. Calle Echegaray. Los comensales discuten sobre alcohol, tapas. El
autor está pálido, el pelo negro, largo. Es un hombre flaco, está triste. Un
falso flaco. La luz cenicienta empalidece su cara. La palidez es de luna pobre.
Su serenidad va cambiando de aire y ahora se ve cómo se desprende de su rostro
el labio inferior, la mirada se desvía de la mesa, está mudo y así pide
auxilio. Está sentado y en el aire a la vez. No levita, pero no pesa sobre el
suelo. Por un instante no es él, se evaporó en la nube ajena, nadie percibe que
sea tan grave su ausencia. Y no está. Hasta que empieza a caer sobre sí mismo.
Y se cae, es lo definitivo de un cuerpo, cuando cae solo, nadie lo ha empujado
sino el aire interior, la delgadez pálida de su tristeza. Entre cuatro lo
llevan con urgencia a la calle, él ya no está, está yéndose. Es otoño, 1994, o
cerca. Sobre la calle llovizna. Un compañero, otro escritor, trae una silla, la
deposita en la calzada y sobre ella el autor ido cae como un peso delgado y
quizá triste, ausente. El aire de pronto le rejuvenece la cara, se está
despertando. El escritor despierta, Es cuando exclama: “¡Ya está!” Desde
entonces Juan José Millás es otro. Es este de ahora al que tantos conocen y
aman. Un pájaro resucitado y vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario