Pensaba comprar una máquina de afeitar eléctrica para que mi padre renovara la suya, pero aún no he ido a echarles un ojo. Ayer olvidé la mía sobre la mesa de la tele, a la altura perfecta para las fauces de Octavia, mi labrador "más joven". Cuando llegué de trabajar descubrí que ella había decidido despiezarla. Ahora tengo la doble necesidad de acercarme a mirar las afeitadoras; es lo que hay.
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