Ayer, mientras esperaba y desesperaba mi vuelo de Gran Canaria a Tenerife (nunca he entendido por qué las compañías aéreas tienen patente de corso para incumplir los horarios y no dar ni una sola explicación -bueno, en el avión se disculparon, después de 2h de retraso-), estuve matando el rato leyendo una revista que había comprado al llegar al aeropuerto. Terminé recordando mis ídolos de juventud. Nunca fui el fan nº1 de los TBOs españoles, -en Tenerife los llamábamos "colorines"-, pero sí me gustaba Mortadelo y Filemón y Zipi y Zape. Sí recuerdo que odiaba al Botones Sacarino, me caía mal. Luego me fui aficionando a leer y disfrutaba con Tintín -¡quién pudiera viajar con él!- y Astérix -mis preferidos eran Astérix y Cleopatra y Astérix Gladiador-; Carlitos y, sobre todo, Mafalda. De esta última "heredé" la colección completa que no paraba de devorar en mi pequeño apartamento de Santa Cruz. Eran la joya de mi pequeña biblioteca de aquellos años. Después, durante unas reformas, descubrí la colección de las revistas españolas de la época Hermano Lobo, que me abrió los ojos al humor de Summers, Gila, Forges...
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