El culto al libro como objeto
Winston Manrique Sabogal. 20/04/2011
"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo... Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria". Jorge Luis Borges
Si ayer el tema de esta serie El arte de escribir y de leer, lo dediqué a la creación literaria, hoy me acercaré a su siguiente paso, el soporte de lo escrito: el libro como tal, como objeto. Y lo que tiene esto de virtud y gracia y pecado, sus peligros de deslizarse hacia el fetichismo o la idolatría. Lo hago porque vivimos un tiempo en el cual el libro parece vivir las antevísperas de su reinado absoluto, tal como lo conocemos, en favor de formas digitales y electrónicas. ¿O acaso esta metamorfosis lo convertirá, ahora sí, en un objeto de culto y deseo? Un asomo a este nuevo tiempo lo hicimos en en Babelia hace dos años en el reportaje Big bang digital: Literatura sin papel.
Vale la pena, entonces, recordar el culto que muchas personas le han rendido y rinden, ya sea por su contenido, como artilugio y forma ejemplar de leer o por su formato sin más. Son muchos los escritores que desde la ficción o el ensayo se han referido a esta cuestión. Valga como ejemplo nuestro más próximo y universal y querido amador y amante de libros, Jorge Luis Borges que, entre otras cosas, dijo lo que he puesto en el epígrafe de esta entrada. Más adelante aparecen textos de Flaubert, Chesterton, Dickinson y Calvino.
Recordemos que la primera forma del libro fueron las tablillas, hacia el año 3.500 antes de Cristo; luego el rollo de papiro, hacia el 2.400 a. de C.; después el códice, que aunque se escribía a mano, se montaba con tapas de diferente material (madera, etcétera). Finalmente, hacia el año 1.450 salió de la imprenta el primer incunable, el libro impreso más antiguo: Misal de Constanza (apropiado para estas fechas). Esa es la cuarta forma de libro impreso y el pariente más próximo tal como lo conocemos hoy. A partir de ahí, cinco siglos de transformaciones y perfeccionamiento sobre el mismo sistema.
Ahora somos testigos privilegiados de un tiempo especial de cambio y búsqueda en la creación artística y nuevos soportes. Un tiempo de impás que se aprecia en la iteratura en sus múltiples exploraciones creativas y sus diferentes formas de llegar al lector que ha despertado o renacido el amor al libro como objeto, ante los augurios que hablan de su desaparición. Porque así como un día fueron las tablillas, y a estas siguió el papiro, y a este el códice, y a este el estampado en imprenta, y a este el electrónico y digital, y a este... Lo cierto es que el reinado del actua formato ha sido largo, y las nuevas formas de crear, adquirir y divulgar arte y conocimiento están cambiando de forma vertiginosa.
Un caso extremo de adoración al libro lo recreó Gustave Flaubert en el cuento Bibliomanía: "Esas noches, febriles y ardientes, las pasaba metido en sus libros. Se adentraba en sus almacenes, recorría las galerías de su biblioteca con éxtasis y embelesamiento, y luego se detenía, con la cabellera revuelta, los ojos fijos y brillantes. Sus manos temblaban al tocar los libros de las estanterías. Cogía un libro, pasaba las páginas, tocaba el papel, examinando las doraduras, las cubiertas, las letras, la tinta, los pliegues y el arreglo de los diseños para la palabra Fin. Después, lo cambiaba de sitio.
¡Oh! ¡Era tan feliz, este hombre! Feliz en medio de toda esa ciencia, de la que apenas comprendía el alcance moral y el valor literario (...) Amaba el conocimiento como un ciego la luz.
No era, en absoluto, el saber aquello que adoraba: era su forma y su expresión. Amaba un libro porque era un libro: amaba su olor, su forma, su título". El cuento está inlcuido en la antología Libropesía y otras adicciones, con prólogo de Alberto Manguel, y editado por Libros del Silencio.
Sobre ese fetichismo G. K. Chesterton escribió en un articulo hace 110 años, cuyas palabras podrían adaptarse a este nuevo umbral vivido entorno al mundo del libro: "Una descripción general de la locura podría ser que consiste en preferir el símbolo a lo que éste representa. (...) Mas los libros son también un símbolo; representan la impresión que el hombre tiene de la existencia, y puede sostenerse al menos esto: que el hombre que ha llegado a preferir los libros a la vida es un maniático del mismo tipo que el avaro. Un libro es, sin duda, un objeto sagrado. En él están las mayores joyas encerradas en el cofre más pequeño. Pero eso no altera el hecho de que cuando se valora más el cofre que las joyas ha empezado la superstición. Éste es el gran pecado de idolatría contra el que la religión nos ha advertido tanto. (...) Esto es idolatría: la preferencia del bien incidental sobre el bien eterno que éste simboliza. (...) En este sentido, la bibliomanía puede convertirse en una especie de ebriedad". Este artículo de Chestertón esta incluido en Los libros y la locura, y otros ensayos, editado por El buey mudo.
Otra cosa es como consideraban esa influencia o hechizo autores como Italo Calvino para quien "cualquier libro es un objeto mágico, el espejo del caos cuya búsqueda puede entrelazarse con nuestro propio destino".
Resuenan, entonces, las palabras de Emily Dickinson: "Para llevarnos a tierras lejanas no hay mejor fragata que un libro".
Una aproximación al libro en sus diferentes variantes, de éste como objeto o protagonista, está recogido de manera muy bonita, en Libro de libros (451 Editores), una antología coordinada por Javier Azpeitia con textos de grandes autores, e ilustrado con una exquisita selección de obras de arte, entre las que figura la que acompaña este post, El raton de biblioteca, de Carl Spitzweg.
"De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo... Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria". Jorge Luis Borges
Si ayer el tema de esta serie El arte de escribir y de leer, lo dediqué a la creación literaria, hoy me acercaré a su siguiente paso, el soporte de lo escrito: el libro como tal, como objeto. Y lo que tiene esto de virtud y gracia y pecado, sus peligros de deslizarse hacia el fetichismo o la idolatría. Lo hago porque vivimos un tiempo en el cual el libro parece vivir las antevísperas de su reinado absoluto, tal como lo conocemos, en favor de formas digitales y electrónicas. ¿O acaso esta metamorfosis lo convertirá, ahora sí, en un objeto de culto y deseo? Un asomo a este nuevo tiempo lo hicimos en en Babelia hace dos años en el reportaje Big bang digital: Literatura sin papel.
Vale la pena, entonces, recordar el culto que muchas personas le han rendido y rinden, ya sea por su contenido, como artilugio y forma ejemplar de leer o por su formato sin más. Son muchos los escritores que desde la ficción o el ensayo se han referido a esta cuestión. Valga como ejemplo nuestro más próximo y universal y querido amador y amante de libros, Jorge Luis Borges que, entre otras cosas, dijo lo que he puesto en el epígrafe de esta entrada. Más adelante aparecen textos de Flaubert, Chesterton, Dickinson y Calvino.
Recordemos que la primera forma del libro fueron las tablillas, hacia el año 3.500 antes de Cristo; luego el rollo de papiro, hacia el 2.400 a. de C.; después el códice, que aunque se escribía a mano, se montaba con tapas de diferente material (madera, etcétera). Finalmente, hacia el año 1.450 salió de la imprenta el primer incunable, el libro impreso más antiguo: Misal de Constanza (apropiado para estas fechas). Esa es la cuarta forma de libro impreso y el pariente más próximo tal como lo conocemos hoy. A partir de ahí, cinco siglos de transformaciones y perfeccionamiento sobre el mismo sistema.
Ahora somos testigos privilegiados de un tiempo especial de cambio y búsqueda en la creación artística y nuevos soportes. Un tiempo de impás que se aprecia en la iteratura en sus múltiples exploraciones creativas y sus diferentes formas de llegar al lector que ha despertado o renacido el amor al libro como objeto, ante los augurios que hablan de su desaparición. Porque así como un día fueron las tablillas, y a estas siguió el papiro, y a este el códice, y a este el estampado en imprenta, y a este el electrónico y digital, y a este... Lo cierto es que el reinado del actua formato ha sido largo, y las nuevas formas de crear, adquirir y divulgar arte y conocimiento están cambiando de forma vertiginosa.
Un caso extremo de adoración al libro lo recreó Gustave Flaubert en el cuento Bibliomanía: "Esas noches, febriles y ardientes, las pasaba metido en sus libros. Se adentraba en sus almacenes, recorría las galerías de su biblioteca con éxtasis y embelesamiento, y luego se detenía, con la cabellera revuelta, los ojos fijos y brillantes. Sus manos temblaban al tocar los libros de las estanterías. Cogía un libro, pasaba las páginas, tocaba el papel, examinando las doraduras, las cubiertas, las letras, la tinta, los pliegues y el arreglo de los diseños para la palabra Fin. Después, lo cambiaba de sitio.
¡Oh! ¡Era tan feliz, este hombre! Feliz en medio de toda esa ciencia, de la que apenas comprendía el alcance moral y el valor literario (...) Amaba el conocimiento como un ciego la luz.
No era, en absoluto, el saber aquello que adoraba: era su forma y su expresión. Amaba un libro porque era un libro: amaba su olor, su forma, su título". El cuento está inlcuido en la antología Libropesía y otras adicciones, con prólogo de Alberto Manguel, y editado por Libros del Silencio.
Sobre ese fetichismo G. K. Chesterton escribió en un articulo hace 110 años, cuyas palabras podrían adaptarse a este nuevo umbral vivido entorno al mundo del libro: "Una descripción general de la locura podría ser que consiste en preferir el símbolo a lo que éste representa. (...) Mas los libros son también un símbolo; representan la impresión que el hombre tiene de la existencia, y puede sostenerse al menos esto: que el hombre que ha llegado a preferir los libros a la vida es un maniático del mismo tipo que el avaro. Un libro es, sin duda, un objeto sagrado. En él están las mayores joyas encerradas en el cofre más pequeño. Pero eso no altera el hecho de que cuando se valora más el cofre que las joyas ha empezado la superstición. Éste es el gran pecado de idolatría contra el que la religión nos ha advertido tanto. (...) Esto es idolatría: la preferencia del bien incidental sobre el bien eterno que éste simboliza. (...) En este sentido, la bibliomanía puede convertirse en una especie de ebriedad". Este artículo de Chestertón esta incluido en Los libros y la locura, y otros ensayos, editado por El buey mudo.
Otra cosa es como consideraban esa influencia o hechizo autores como Italo Calvino para quien "cualquier libro es un objeto mágico, el espejo del caos cuya búsqueda puede entrelazarse con nuestro propio destino".
Resuenan, entonces, las palabras de Emily Dickinson: "Para llevarnos a tierras lejanas no hay mejor fragata que un libro".
Una aproximación al libro en sus diferentes variantes, de éste como objeto o protagonista, está recogido de manera muy bonita, en Libro de libros (451 Editores), una antología coordinada por Javier Azpeitia con textos de grandes autores, e ilustrado con una exquisita selección de obras de arte, entre las que figura la que acompaña este post, El raton de biblioteca, de Carl Spitzweg.
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