jueves, 22 de julio de 2021

MECANO

Hoy no me puedo levantar, decían aquéllos. El jueves es mi día favorito de la semana, pero también en el que me encuentro más cansado y hoy no iba a ser diferente. Acabé de trabajar ayer casi a las 9 de la noche con el tiempo para una cena frugal y comenzar con el primer capítulo de una serie pendiente, 45' de desconexión antes de subir los pies del suelo y sólo unas pocas horas antes de volverlos a poner en la tierra. Recuerdo a menudo que durante los primeros años de mi profesión, primero en el estudio de casa de mi abuela y después en la Rambla de Pulido, no existían los fines de semana; la euforia de comenzar en el mundo laboral -ingenuo que era uno- convertía cualquier día de la semana en laboral, aunque  también es cierto que en aquella época en el estudio lo hacíamos todo, y sin ordenador. Acabar un proyecto era un acontecimiento: esperar en la copistería, llevar las 7 carpetas con los planos y la memoria al Colegio de Arquitectos, esperar el visado, entregarlo a los promotores, cobrar, la ilusión de obtener la licencia de obra y terminar construyendo nuestro modesto proyecto. De nuestro primer proyecto, casi 30 años atrás, una vivienda unifamiliar de primera necesidad social (VPNS) hicimos hasta una maqueta con LEGO, maqueta que estuvo muchos años en el mueble de la pequeña sala de reuniones, aquel recinto al que nos acercábamos raudos al grito de ¡está llegando un fax! Con los años llegó la informática (adiós al fax), las impresoras y los plotters (adiós a las macrocopisterías), el visado online (adiós a los planos en papel y las 7 carpetas), INTERNET, el correo electrónico, Whatsaap, Wetransfer, Dropbox, AutoCad, la nube, la crisis de 2008 (adiós al estudio)...
¡Cómo han cambiado las cosas en estos pocos años!  Del pequeño estudio donde trabajábamos desde el principio hasta el montaje final hemos pasado a proyectos interdisciplinares con normativas complejísimas donde 4 no sale de sumar 2+2 sino de la raíz cuadrada, o del logaritmo neperiano de ¡a saber! Ahora, todo muy bien presentadito, sin duda. Entregar un proyecto en una Oficina Técnica para obtener la licencia (créanme, sé de lo que hablo) conlleva una novena, una procesión o velitas a la Vírgen; un acto de fe, vamos. Si tenemos suerte y lo informa un técnico open minded tendremos suerte, y si conseguimos la licencia sin requerimiento alguno podemos gastarnos el dinero del proyecto en una vuelta al mundo, como mínimo. 
Perdido el romanticismo de la profesión sólo queda aguantar y como en un mecano seguir colocando piezas y tornillos, poco a poco, que ver terminada una obra sigue siendo una pequeña inyección de moral. Y nosotros, aunque un poco más viejos (y más sabios también), seguimos siendo los mismos, aunque ahora disfrutamos del fin de semana como si del último se tratase. 

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