jueves, 4 de enero de 2018

CRÓNICA NAVIDEÑA: DE MADRID A CARTAGENA

No me puedo quejar, ¿para qué? Llego de viaje esta mañana y hago balance mentalmente de lo que he hecho desde que salí de Tenerife y han sido unas vacaciones muy completas. Bueno, aún queda el día de Reyes, celebrado en mi familia como toda la vida, y más cuando hay niños; queda pues otra comilona, la última. ¡Se acaban las Navidades!
El almuerzo navideño de trabajo dio paso al comienzo de mis vacaciones que, como casi no había tenido días libres durante el resto del año, esta vez era prioritario desconectar, y hasta ahora lo he logrado. Pues lo dicho, almuerzo con mis compañeros y a casa. Cena familiar de Nochebuena y el lunes 25 ¡preparados, listos, ya!, avión directo a Madrid. Me esperaba empaparme la Guía del Ocio nada más pisar la Gran Vía y comprarla en el primer kiosco de revistas abierto -este año era domingo y me costó un poco más de lo normal-, exposición el el Thyssen el 26 por la mañana y en los Museos del Canal por la tarde. Lo demás estaba aún por organizar, aunque sería un poco a contrarreloj porque el 27 tenía billete de tren hasta Cartagena.
Así, deshecho el equipaje en el hotel y preparado para salir a la calle bien abrigado, me daban la bienvenida cuatro grados al caer el sol, salgo a dar una vuelta por el centro con pocas expectativas, únicamente pasear un rato, cenar algo e irme a la cama para levantarme fresco y aprovechar a tope el martes. La ciudad está preciosa en Navidad, luces y gente, o más bien gente y luces, en este orden. Las calles abarrotadas a pesar de ser día de fiesta y pocas tiendas permanecían abiertas. Aún así el ambiente es muy agradable para pasear: Plaza de España, Gran Vía hasta Cibeles, Alcalá, Puerta del Sol, Callao. Pertrechado por tanto con la Guía del Ocio y con la barriguita llena -restaurante chino más que decente-, llegué al hotel con la cara congelada, un poco de lectura y a la cama.
Elegí en esta ocasión desayunar en el hotel, pues me levanté tan temprano que no me apetecía mucho salir a la calle a esas horas para buscar una cafetería decente. En el hotel, una vez había comido, me entretuve un rato en la habitación antes de salir a la calle rumbo al Thyssen. ¡Cuánto me gusta el Paseo del Prado! Son tan diferentes sus colores dependiendo de la estación, que siempre es un lugar nuevo, esta vez en tonalidades amarillas, azules y ocres.

En esta luminosa y fría mañana de diciembre, pero agradable para pasear, llegué sin prisas al museo para comprobar que mi flamante entrada a la exposición de Picasso+Lautrec no me permitía el paso; había cometido un error al comprar la entrada online y era para el pasado 26 de octubre. Adquirida una nueva para la misma hora, 12:00, me dispuse a recorrer la parte del Museo Thyssen habilitada en la planta baja para esta estupenda exposición. ¡Horror!, imposible ver un cuadro sin tener que ir apartando cabezas, cuerpos y extremidades. Las salas parecían un mercado en domingo, y eso que iba con cita programada. De la exposición poco puedo decir que no supongan, magnífica, pero un infierno. Moraleja: hay que ir a ver las exposiciones a los museos fuera de vacaciones y, si es posible, a la hora de la siesta. Aún así, con empujones y todo, valió la pena.
De allí de vuelta al hotel, no recuerdo qué comí, algo por el camino. Sobre las 4 metro hacia la Plaza de Castilla (¡qué feas son las Torres Kio!) para caminar unos metros hasta la entrada de la exposición sobre Auschwitz.
La foto está tomada al salir, casi dos horas después, lo que confirma mi teoría que entre 4 y 5 es una hora perfecta para acercarse a un museo. Pues bien, llego sin contratiempos y accedo a la exposición flanqueado a mi izquierda por un vagón original de los utilizados por los nazis para trasladar a los prisioneros al campo de concentración. Primer golpe en la cara. La entrada incluye una audio-guía, de manera que me coloco los auriculares, presiono el número 1 y ahí empieza todo. Golpe nº2, nº3, nº4... La entrada ya acongoja, la oscuridad, el ambiente que se respira, lo que uno escucha, lo que uno ve, lo que se percibe. Alambradas, objetos recuperados al liberal el campo, zapatos, utensilios, dibujos, un barracón con literas, testimonios de supervivientes, fotografías, mapas; Pura historia, terrible, trágica, terrorífica. Casi dos horas recorriendo la exposición tratando de sobrellevar el peso de todo lo que entra por los ojos, por los oídos, por el alma. Dura, muy dura, pero imprescindible.


Uf, escribiendo vuelvo a retrotraerme a todo aquello. Les aseguro que uno tiene que esforzarse mucho para no desmoronarse a medida que va pasando de sala en sala.
En fin, logré salir de una pieza para encontrarme la cola de la fotografía, con necesidad de cambiar de tercio y despejar la cabeza un poco, de manera que vuelta al metro para bajarme en la Plaza de España y de allí a los Renoir de Princesa -le tengo cariño a estos cines-, para ver finalmente "La Librería", la película de Isabel Coixet que no había tenido oportunidad de ver en Tenerife, esta vez en V.O. Ya había leído muy buenas críticas y reconozco que iba con grandes expectativas, cumplidas con creces. Una historia entre libros que deja entrever la maldad y la bondad en la sencilla vida de un pueblo cualquiera. Pintura, congoja y buen cine, un día completo. Paseo nocturno, vuelta al hotel, cena frugal (libanesa) y a la cama. 
Me gusta viajar en Metro, ves gente dentro de su propio mundo. Pero en invierno los colores son tristes, todo el vagón es azul marino, negro y marrón; no hay colores como en verano.
De Madrid al cielo, dicen. Yo a Cartagena, en tren desde Atocha. Me espera un fin de año con mi familia mediterránea, descanso, paseos al borde del mar y alguna sorpresa inesperada.
Mi último paseo mañanero, del hotel hasta Atocha, de nuevo por el Paseo del Prado, de nuevo los colores y las hojas sobre el suelo. Allí en la estación me tomo un café, compro una botella de agua a una señora con los labios desproporcionadamente operados (¿pero es que no tienen espejos o amigos?) que me atendió sin dejar de hablar por teléfono y acabo sentado un rato bajo la bóveda ajardinada, bonito ejemplo de la arquitectura ferroviaria del XIX, disfrutando del trajín de gente entrando y saliendo. Avisan la llegada de mi tren, me apresuro a bajar al andén, me siento y listo, cinco horas por delante de suave traqueteo, ligera conversación con el señor que se sienta junto a mi, siesta, lectura y paisaje. El tren llega a Cartagena pasados cinco minutos de su hora prevista y yo muerto de hambre. Empezaba así la segunda parte de mi viaje navideño.

> Quiero ir a Benidorm. 
> A Benidorm? ¿pero qué se te ha perdido a ti en Benidorm?

Es ahí cuando uno empieza su diatriba sobre la arquitectura, la brutalidad del urbanismo de la zona, la falta de respeto al medio ambiente, etc. Pero para criticarlo hay que conocerlo, sentencio.
Esta es la conversación recurrente que he tenido casi todos los años que paso mis vacaciones de Navidad en Cartagena, y este año, sin darme la oportunidad de comentar lo del frustrado viaje a Benidorm me encuentro con la excursión programada para el día siguiente. Sí, ya ven, me cuidan allí de maravilla.
Salimos como estaba previsto a la mañana siguiente a Benidorm, sin prisas, cómodamente, para llegar a la ciudad y aparcar bajo el Hotel Bali y subir a su mirador. Desde allí es muy fácil ver toda aquella Ciudad de Panamá mediterránea, esa cantidad de edificios de escaso gusto, apelotonados, esa imposición del hombre al territorio. Así y todo, a vista de pájaro, impresiona. Como estamos en diciembre, me explicaron, hay muy poco gente, sólo algún extranjero y mucho abuelo. Así fue, pero disfrutamos de un tiempo excelente y de un día muy agradable. Muchas gracias a mis cicerones.
Visitado Benidorm, visto y criticado convenientemente, continuaba mi vida más casera allí, entre Cartagena e Isla Plana. Paseos por la ciudad, por el Puerto -siempre tan agradable pasear al borde del mar-, encontrándonos con los dos megayates del magnate ruso Melnichenko, diseñados ambos por Philippe Starck, el grande y el "pequeño". El tamaño del mayor de los yates es tan descomunal que no se pueden hacer una idea hasta que lo ven sobre el agua. Como dato puedo repetir que la altura del mayor de los mástiles es casi la misma que la longitud de un campo de fútbol. Tras la popa puede vislumbrarse parte del yate "pequeño". Lo que es el dinero; ahora, impresionar impresiona.
La zona del puerto, sus museos, el submarino Peral, las esculturas, el Batel, la Muralla y otros hitos que nos vamos encontrando a lo largo del Paseo Marítimo lo convierten en una visita imprescindible cada año. Es ésta una buena forma de reencontrarse con la ciudad. Lástima que no tuviésemos la oportunidad de coincidir con algún concierto en el auditorio.
El tiempo loco, disfrutábamos de unos más que agradables 23° durante el día, dejando casi toda la ropa de invierno que había llevado conmigo en la maleta. Este tiempo no hay quien lo entienda, parecía que estábamos en primavera
Después de unos días de asueto, la última de Star Wars incluida, escogimos una nueva ruta para enseñarme por primera vez: camino a la Bahía de Portmán atravesando la refinería de Cartagena. El trayecto es sumergirse en el ambiente de Blade Runner, sin lluvia y con luz, pero muy similar. Kilómetros de tuberías, chimeneas, estructuras indescriptibles, grasa, polvo; una interminable sucesión de instalaciones industriales que, afortunadamente, terminaron una vez nos adentramos en el entorno de la bahía. El área, degradada tras años y años de vertidos residuales producto de las minas del entorno, está inmersa en un proceso de regeneración medioambiental que parece ir logrando que la naturaleza recupere su estado original, aunque me temo que aún deberán pasar algunos años.
Poco quedaba ya del viaje y se acercaba la hora de regresar a las islas, aunque quedaba aún una pequeña visita a Gran Canaria para asistir al musical Priscilla. Una de las últimas tardes en Cartagena fuimos a ver las luces navideñas de Murcia y, de camino, volver a visitar la ampliación que Moneo hizo del ayuntamiento de la ciudad. Visita corta pero contundente, la ciudad llena, a rebosar la zona central, Platería y Trapería repletas de paseantes y la Plaza del cardenal Belluga, la magnífica catedral de fachada barroca y el Palacio Episcopal, además de la mencionada obra de Rafael Moneo. Allí nos encontramos con un amigo y su familia con el que, casualmente, cenaríamos juntos esa misma noche.
Yendo de Cartagena a Isla Plana pasamos por el último de los lugares nuevos de este viaje, Perín. Visitamos su acueducto, construcción que siempre llama la atención por su envergadura. De Cartagena a Isla Plana y de nuevo a Cartagena. Ya únicamente restaba conducir hasta el aeropuerto de Alicante para embarcar en un vuelo a Tenerife y de allí a Gran Canaria.
Entradas en ristre nos encaminamos hacia el Teatro Pérez Galdós para ver "Priscilla, reina del desierto", con un par de horas de antelación para aprovechar y dar un paseo por Vegueta, pues íbamos con dos amigos ingleses que no conocían esta bonita zona de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. claro que no caímos en que nos desplazábamos un 3 de diciembre y que, entre Pozo Izquierdo y el teatro nos íbamos a cruzar con los mayores centros comerciales de la isla, o sea, caravana interminable que nos hizo llegar cinco minutos después de haber empezado el musical. Increíble, sólo cinco minutos de retraso. 
Ya en Tenerife, empieza la cuenta atrás. ¡Qué bueno es viajar!
Ah, ¿el musical? Genial.

No hay comentarios: