Lo fácil que es engañar
Son millones los que han perdido el empleo, el negocio o aun
la vida, los que han engrosado las filas de la pobreza. Ya no se habla de nada
de esto.
Javier Marías
Domingo 15 de octubre de 2017
30 DE SEPTIEMBRE, víspera de la kermés independentista de Cataluña.
Salgo a dar una vuelta por mi barrio madrileño, el de los Austrias, poco
proclive a votar al PP (decir que vota más “izquierdas” sería grotesco en
tiempos en que se tiene por tal a un partido como Podemos, tan parecido al
peronismo benefactor y beneficiado de Franco). Algo había leído en columnas
ajenas, pero ahora lo veo con mis ojos: a lo largo de mi breve paseo, distingo
un centenar de banderas españolas en balcones, algo insólito en la capital a
menos que la selección dispute una final de fútbol, lo cual puede ocurrir, como
máximo, un día cada dos años. “Vaya”, me digo. “Gracias, Puigdemont y
Junqueras, Forcadell y Anna Gabriel, Romeva y Turull y Mas, Rufián y Tardà”.
(Ya dijo Juan Marsé, con su excelente oído, que estos dos últimos sonaban a dúo
de caricatos.) “Estáis despertando un nacionalismo peligroso que llevaba
décadas adormecido”. Me consuelo levemente al comprobar que las banderas
colgadas son constitucionales o sin escudo, no veo ningún águila ni el
insoportable toro silueteado.
Pero me revienta la proliferación de banderas, no importa
cuáles. La veo una pésima señal. Hace años, a raíz de una exhibición de
esteladas en el Camp Nou, y al preguntárseme al respecto en una radio, contesté
que siempre que veía gran número de banderas me acordaba de Núremberg, fueran
catalanas, españolas o estadounidenses. Un historiador experto en falsear la
Historia me acusó de haber comparado a los independentistas con los nazis,
ocultando arteramente que me había referido a cualquier bandera, y que había
hecho mención expresa de la española. Bueno, quien acostumbra a falsear la
Historia cómo no va a falsear lo demás.
Lo cierto es que los susodichos políticos catalanes llevan
años haciéndole inmensos favores al PP. Y si hasta ahora no se los han hecho al
extremismo totalitario (al español; al catalán de la CUP ya lo creo que sí), es
porque está medio oculto y desarbolado, o bien integrado en el PP. No es sólo
que reaviven un patriotismo felizmente aletargado, ojalá eso quede en anécdota.
Es que gracias a ellos ya no existe ningún grave asunto más: ni corrupción, ni Gürtel, ni Púnica, ni Bárcenas,
ni ley mordaza ni recortes laborales, sanitarios, educativos. Hace no mucho la
Ministra de Trabajo se fue de rositas tras ensalzar la “gran recuperación” de
la economía tras la crisis, y encima se vanaglorió, con el mayor cinismo, de
que “nadie ha sido dejado atrás”. A Báñez le fallan las neuronas (es la única
alternativa al cinismo), y además no se baja nunca de su coche oficial. Le
bastaría pisar la Plaza Mayor de Madrid para ver que todos sus soportales están
tomados por masas de mendigos que duermen y velan dentro de sus cartones,
despidiendo un hedor que nada tiene que envidiar al de Calcuta en sus peores
tiempos. Esa plaza, como otros puntos de la ciudad, son favelas, cada día más.
Y si Gallardón y Botella no tomaron medida alguna, imagínense Carmena, a quien
el escenario tal vez parezca de perlas y “aleccionador” para los turistas.
Báñez se ha olvidado ya de los incontables negocios que debieron echar el
cierre desde 2008, a los que de repente los bancos negaban hasta el crédito más
modesto; de los infinitos parados súbitos del sector de la construcción y de
las empresas afines: gente que llevaba una vida fabricando grifos, pomos o
cañerías se quedó en la ruina y a menudo en la calle; tampoco va la Ministra a
oficinas ni tiendas, en las que verá cómo se ha reducido el personal
brutalmente y cómo quienes conservan el empleo se ven obligados a hacer jornadas
interminables, a multiplicar su tarea por dos o tres, para paliar esa falta de
compañeros de la que los dueños sacan ganancia. Haga interminable cola en un
supermercado y pregúntese por qué hay una sola caja abierta, en vez de tres o
seis; pregunte qué sueldo perciben esos trabajadores que mantienen su puesto,
se enterará de que no están lejos de ser siervos; pregunte qué tipo de
contratos se ofrecen, y verá el abuso del patrono institucionalizado, y
protegido por su Gobierno y por ella. ¿A nadie se ha dejado atrás? Son millones
los que han perdido el empleo, el negocio o aun la vida, los que han engrosado
las filas de la pobreza. Ya no se habla de nada de esto.
Claro que dense un paseo por Cataluña y verán lo mismo, si
no peor. Sus gobernantes autonómicos, hoy aclamados por los independentistas,
han llevado a cabo las mismas políticas de austeridad y recortes que el PP, con
antelación y con el resultado de millares de niños malnutridos. Así que con la
kermés también se están haciendo un inmenso favor a sí mismos. Han conseguido
que no se hable más del 3%, del saqueo de los Pujol, de la monstruosa
corrupción. “Dadnos un país nuevo y puro”, le dicen a la gente. Y
callan la segunda parte, la verdadera: “Así nadie nos podrá pedir cuentas de lo
que hemos hecho, ni de lo que seguiremos haciendo con las manos libres y jueces
nuestros”. Uno se estremece al comprobar lo fácil que resulta hoy engañar.
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