Las Palmas de Gran Canaria, Catedral de Santa Ana, 10pm, calculo que unos 27º ó 28º. Habíamos aparcado una hora antes en el aparcamiento del Mercado de Vegueta para cenar algo frugal en una tasca andaluza cercana a la Alameda de Colón. Papas bravas y berenjenas rebozadas para no llegar con el estómago vacío al Café Habana, donde se celebraban varios 40 cumpleaños -entre ellos el de miamigo Juan- y en que, además, cantaba Bea con su nuevo grupo. Caminábamos hacia el local cuando, doblando la esquina de la C/ Espíritu Santo, me tropecé con una casa que me trajo recuerdos de forma automática.
Me retrotrajo a los primeros años de la carrera, cuando trabajábamos por las tardes en el estudio de Juan Carlos y Pepe Juan -este últimos desgraciadamente fallecido-, Pili y yo. Fue una época donde aprendimos cómo funcionaba un estudio de arquitectura, disfrutábamos de la amistad de nuestros jefes, del cortado a media tarde, del señor de la tabiquería de la esquina que cada tarde me daba la llave para abrir el estudio, de la máquina copiadora de amoníaco... Un estudio a la vieja usanza, mesas de dibujo, paralex, un par de máquinas de escribir y nada de informática por ningún lado.
Atrás quedaron mis recuerdos cuando nos encontramos con el bullicio del Café Habana, repleto, y expectante ante el concierto que presumiblemente comenzaría en pocos minutos. Lo primero fue colocarnos una pulsera fosforescente y a disfrutar.
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