Mañana de domingo lagunero, un día gris, apacible y algo caluroso. Las perras se impacientan para que les abra la puerta del jardín, cosa que finalmente hago a las 8 de la mañana, después de haberme acostado cerca de las 2 de la madrugada; ellas no entienden de horarios. Me doy una ducha, medio vaso de leche de almendras para desayunar y salgo motorizado hacia el centro donde había quedado con mi amigo Luis para tomarme un café y ponernos a día sobre lo humano y lo divino, más sobre lo humano. La Laguna, siempre agradable, me mostró su cara de domingo: un nutrido grupo de píos abandonando La Concepción -niño "atrapado" en la reja de una ventana de la base de la torre de la iglesia; un grupo de testigos de Jehová que se mezclaron con el anterior, una pareja de amigos de paseo con su hijo de 10 días, precioso; una corona de flores bajo su placa a Arturo Maccanti, recién fallecido y recordado solo después de muerto; mi amigo Luis saludando a todo aquel con quien nos cruzábamos -persona muy querida en La Laguna, hoy lo nombraron "el mejor entrenador de baloncesto posible"; visita al supermercado para comprar huevos que se frustró pues de loa camperos ni su sombra; para terminar sentado en el jardín con Augusta y Octavia, leyendo, disfrutando de lectura con un toque cínico de mis vacaciones: "Tom Ripley" de Patricia Highsmith, o lo que es lo mismo, las cinco novelas que escribió sobre este personaje.
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