Si Internet ha supuesto un antes y un después en nuestra Historia (de mierda, si la comparamos con la edad de la vida en la Tierra), las redes sociales también, pero como ejemplo de lo peor que sale de las personas. Las redes, y su cola de influencers variopintos, comentaristas quedetodosaben y, como guinda, los haters, han dado la enésima vuelta de tuerca a lo que siempre se ha dicho o se ha oído, sobre todo, sobre la izquierda. ¿Quién no recuerda la época en que, erre que erre, se hablaba de Ana Belén y Víctor Manuel, ricos y comunistas, como si el dinero que tienen lo hubiesen robado; o ahora con el Gran Wyoming, otro de izquierdas con pisos. Parece mentira que los mayores haters de esta gente suelen ser personas acomodadas a las que les debe fastidiar mucho el que existan intelectuales con dinero, estos que defienden a capa y espada el capitalismo pero sólo válido para ellos.
Si eres de izquierdas huye de tener un buen reloj, o buen aspecto, o vestir bien. Si eres de izquierdas debes tener un reloj Casio, de los de antes, dejarte barba, usar vaqueros viejos y botas ajadas de ante y, por supuesto, vivir en un apartamento cochambroso alquilado, comer espaguetis día sí y día también y donar a la beneficencia todo el dinero que pudieran ganar honradamente. Y digo todo.
Anoche intenté ver la última película de Superman, pero me aburrí y, además, llegaba mi hora de acostarme, de manera que me fui a la cama a leer un rato antes de desconectarme -estoy ahora con "La montaña mágica" de Thomas Mann y terminando "Entre los muertos", la última de las novelas de la entretenida trilogía de Illumbe de Mikel Santiado-. En la película, un claro trasunto de la guerra de Ucrania y los actuales dictadores mundiales, el malo malísimo Lex Luthor había creado un "universo de bolsillo", que no dejaba de ser un universo paralelo donde tenía una multitud de monos ciborn haters que no paraban de verter a las redes comentarios en contra de Superman. Me imaginé a estos personajes amargados que viven para echar pestes de otros sin parar. ¿Qué placer conseguirán?
¿Dónde ha quedado la máxima "vive y deja vivir"?
Un 0 a las redes sociales, a Instagram, FacebooK... y, sobre todo, a X.
Un 10 a Muñoz Molina y, by the way, a Elvira Lindo.
Vive y deja vivir. Amén.
▬
Antonio Muñoz Molina y el reloj de la discordia
Azahara Palomeque, 18.08.2025
https://www.publico.es/opinion/columnas/antonio-munoz-molina-reloj-discordia.html
Hace unos días, el periódico El País publicaba una entrevista a Antonio Muñoz Molina cuyo titular era la siguiente cita textual: "Si hay una salvación posible de este mundo, es recuperar la idea de escasez". La conversación, anclada a una memoria rural tantas veces recreada en sus novelas, versaba especialmente sobre la necesidad de ser conscientes del agotamiento de recursos planetarios, con rigurosa atención al desperdicio alimentario y al consumismo. A través de sus palabras, se invitaba a los lectores a compartir un compromiso ecologista que el autor ya ha expresado alguna vez en columnas de opinión, y en estas fechas adquiere, además, una importancia renovada a raíz de los voraces incendios que están asolando la Península. Hasta ahí, todo parece fluir de acuerdo al sentido común, la inteligencia y la ética, hasta que en X comenzaron a surgir críticas a que la promulgada "escasez" viniera por boca de un intelectual ciertamente acomodado. Sin embargo, lo que en un principio no pasaba de comentario discrepante, se fue transformando en una tormenta de insultos, difamaciones y desprecios azuzada por un dato falso. Alguien preguntó a Grok (la "inteligencia" artificial de X) qué tipo de reloj portaba el novelista en la foto que ilustraba la entrevista; la máquina respondió que un Rolex cuyo precio rondaba los 15.000 euros; y, como se dice en inglés, la mierda se estampó contra el ventilador, inundándolo todo.
Este caso es significativo de varios fenómenos sociales que deberían provocar nuestra reflexión. En primer lugar, la credibilidad que parece transmitir Grok, para lo que finalmente resultó ser un Festina valorado en 100 euros, se opone frontalmente a la crisis de conocimiento que estamos viviendo en un mundo donde ni los más reputados científicos, tras décadas de investigaciones, consiguen convencer a los gobiernos del desastre ecológico en marcha. He visto la misma desinformación sobre el Rolex multiplicada en entornos digitales hasta la saciedad, contra una persona que no lo llevaba y cuyas declaraciones no abogaban, de ninguna manera, por la pobreza generalizada, sino, como él mismo expresa, por desarrollar una militancia de los límites. Esta idea, revisitada y ampliada por multitud de pensadores a lo largo de lustros —Marta Tafalla, Yayo Herrero, Jorge Riechmann o, en literatura, Julio Llamazares o Manuel Rivas, entre otros— comenzó a popularizarse con la publicación del informe Los límites del crecimiento en 1972. En él, varios investigadores del MIT (el Instituto Tecnológico de Massachussets), liderados por Donella Meadows, demostraban con pruebas sólidas la incapacidad de que la economía creciese infinitamente en un planeta finito. Cada respuesta de Muñoz Molina supone un guiño evidente a dicha cuestión. Pero hay más.
El estudio de Meadows aseguraba que la población global de entonces podría vivir cómodamente con el nivel de vida de un europeo estándar. En plena Guerra Fría, en Estados Unidos, nadie se habría atrevido a menoscabar las bases del capitalismo; más bien, la conclusión se acercaba a una ralentización notable de su metabolismo junto a la redistribución justa de la riqueza. Aunque hoy en día hemos sobrepasado las posibilidades ecológicas de los años 70, el tono y el discurso de Muñoz Molina entroncan con tales postulados. Ser humildes y descartar el derroche conforman una propuesta política y moral tan relevante como urgente. Pero, al centrarse la horda de odiadores, amparados por la mentira de Grok, en la individualidad del escritor, no solo se desvirtuaba el tema de fondo, sino que también se enardecía una falacia ad hominem que —quien haya sufrido violencia digital lo sabe— es profundamente dolorosa. ¿Hay que rebatir las alucinaciones de una tecnología fabricada por el hombre más rico del globo, Elon Musk, partiendo de la persona a quien humilla? ¿No supondría eso revictimizarla? Hay que atajar el problema estructural, el hecho de que el debate público de un país soberano como España se encuentre tiranizado por un oligopolio extranjero, mayormente ubicado en Silicon Valley, protegido, además, por un gobierno cuyas veleidades autócratas son conocidas. Y es preciso subrayar la ideología perniciosa que nutre sus algoritmos, priorizando la agresividad. Pero quien goza de una voz pública tan influyente como el literato alberga asimismo una responsabilidad social. Que se lo juzgue, desde el respeto, es parte del juego democrático, así que vamos a hacerlo aquí.
Antonio y su mujer, Elvira Lindo, constituyen una pareja bien posicionada en el circuito de las letras españolas. Hasta donde alcanza la información real disponible, han vivido siempre de su trabajo. En redes se destacaba con acritud el puesto que él desempeñó como Director del Instituto Cervantes de Nueva York, ciudad en la que también fue profesor de escritura creativa. Si uno no tiene derecho a mudarse a otro país para trabajar, entonces nos encontraremos minando una libertad fundamental. Curioso resulta que, entre las innumerables sedes que tiene el Instituto en los cinco continentes, los reproches solo se hayan orientado hacia él. El problema consistiría, por tanto, en que ha cosechado éxitos indiscutibles con su literatura: ¿tampoco se pueden vender libros?, ¿ganar premios? Y, en cuanto a la supuesta incoherencia de pensamiento, alguien que nunca ha romantizado la miseria —al contrario, la ha denunciado, a menudo aludiendo a su infancia en un pueblo de Jaén— actúa de acuerdo con sus principios cuando propone un cambio sistémico de rumbo en una economía que destroza los ecosistemas mientras incrementa la desigualdad. "Ese melón que hay en el supermercado lo ha recogido un inmigrante a 40 grados al sol" —cuenta en la entrevista, ejemplarizando nuestra obligación ciudadana de prestar atención al origen del alimento antes de comerlo, y al desperdicio que producimos una vez engullido.
La derecha no tiene ningún complejo a la hora de asumir la iniquidad y arrodillarse frente a la codicia de sus líderes políticos, la corrupción o las residencias en Andorra de sus voceros para evadir impuestos, pero alguien de izquierdas debe pedir perdón por ganar dinero honradamente y, además, debe suprimir sus ideales. ¿En qué tejado cae la hipocresía? Ojalá pudiésemos todos beneficiarnos de un mundo regido por la justicia social, donde abundasen las vidas plenas sin penurias en equilibrio con la biosfera: justamente eso es lo que argumenta Antonio Muñoz Molina, si alguien se dignase a leer la entrevista entera, en lugar de mirar solo su modesto reloj.
Antonio y su mujer, Elvira Lindo, constituyen una pareja bien posicionada en el circuito de las letras españolas. Hasta donde alcanza la información real disponible, han vivido siempre de su trabajo. En redes se destacaba con acritud el puesto que él desempeñó como Director del Instituto Cervantes de Nueva York, ciudad en la que también fue profesor de escritura creativa. Si uno no tiene derecho a mudarse a otro país para trabajar, entonces nos encontraremos minando una libertad fundamental. Curioso resulta que, entre las innumerables sedes que tiene el Instituto en los cinco continentes, los reproches solo se hayan orientado hacia él. El problema consistiría, por tanto, en que ha cosechado éxitos indiscutibles con su literatura: ¿tampoco se pueden vender libros?, ¿ganar premios? Y, en cuanto a la supuesta incoherencia de pensamiento, alguien que nunca ha romantizado la miseria —al contrario, la ha denunciado, a menudo aludiendo a su infancia en un pueblo de Jaén— actúa de acuerdo con sus principios cuando propone un cambio sistémico de rumbo en una economía que destroza los ecosistemas mientras incrementa la desigualdad. "Ese melón que hay en el supermercado lo ha recogido un inmigrante a 40 grados al sol" —cuenta en la entrevista, ejemplarizando nuestra obligación ciudadana de prestar atención al origen del alimento antes de comerlo, y al desperdicio que producimos una vez engullido.
La derecha no tiene ningún complejo a la hora de asumir la iniquidad y arrodillarse frente a la codicia de sus líderes políticos, la corrupción o las residencias en Andorra de sus voceros para evadir impuestos, pero alguien de izquierdas debe pedir perdón por ganar dinero honradamente y, además, debe suprimir sus ideales. ¿En qué tejado cae la hipocresía? Ojalá pudiésemos todos beneficiarnos de un mundo regido por la justicia social, donde abundasen las vidas plenas sin penurias en equilibrio con la biosfera: justamente eso es lo que argumenta Antonio Muñoz Molina, si alguien se dignase a leer la entrevista entera, en lugar de mirar solo su modesto reloj.

No hay comentarios:
Publicar un comentario