jueves, 13 de junio de 2024

DIÓGENES DE SÍNOPE

Necesitamos más cinismo
JAIME RUBIO HANCOCK, 13.06.2024
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¡Buenas!
Como ya hemos comentado alguna vez, las principales escuelas filosóficas helenísticas son muy populares, pero también se han visto maltratadas.
El estoicismo se ha llevado a libros superventas y es la filosofía de cabecera de muchos gurús de empresas tecnológicas estadounidenses, pero a costa de convertirse en una versión descafeinada y gris de la escuela fundada en el siglo III a. C.
El epicureísmo quedó aún más desfigurado y fue caricaturizado como un hedonismo exagerado y sensual, cuando era una filosofía que apostaba por los pequeños placeres de la amistad y la moderación.
Algo parecido ha pasado con los cínicos. Con el adjetivo “cínico” nos referimos al rechazo de la hipocresía y de las convenciones sociales, pero también al descreimiento y la desconfianza en los principios y valores.
Se trata de una visión reduccionista que vamos a intentar ampliar con unos cuantos párrafos dedicados al cínico más conocido, Diógenes de Sínope (412-323 a.C.).

Alejandro Magno y Diógenes el Cínico, de Sebastiano Ricci

De Diógenes sabemos poco: sobre todo, lo que escribió Diógenes Laercio unos 500 años después de su muerte en Vidas de los filósofos más ilustres y que viene a ser una colección anécdotas.
Pero en el caso de este filósofo, las anécdotas son interesantes porque, aunque sabemos que escribió bastantes textos, el cinismo es, sobre todo, una forma de vida, más incluso que el resto de escuelas de la época (que también lo eran). Digamos que las anécdotas no son fiables y a saber si ocurrieron de verdad, pero sí son útiles.
‌Empecemos por la más conocida:
Una vez, mientras estaba sentado al sol en el Craneum (un gimnasio en Corinto) se le acercó Alejandro Magno y le ofreció cualquier favor que le pidiera. Y Diógenes contestó: “Pues no me hagas sombra”.
Las escuelas filosóficas helenísticas comienzan a finales del reinado de Alejandro Magno, que murió en el año 323 antes de Cristo. Surgen en un momento de crisis: han desaparecido las ciudades-Estado y se están consolidando reinos más grandes. Empieza a haber una gran distancia entre gobernantes y gobernados, y los filósofos se preguntan por lo que puede hacer un individuo frente a un gobierno muy poderoso, con mucha influencia en nuestras vidas, pero al mismo tiempo muy distante.
Como, por ejemplo, la Unión Europea.
Las respuestas que dan son diferentes, pero tienen en común una mayor distancia hacia las preocupaciones políticas, al menos las convencionales, y una mayor preocupación por cómo vivir nuestras vidas y sobre qué podemos mantener el control.
En el caso de Diógenes y como explica Jean-Manuel Robineau en su biografía del filósofo, esto se traduce en la “negación de los estándares de la vida cívica”. Diógenes vivía en una tinaja, pedía limosna, despreciaba las ideas de privilegio y riqueza, no se casó, celebraba el amor libre y la sexualidad espontánea (incluyendo la masturbación en público) y defendía la autosuficiencia (incluyendo la masturbación en público).
En el diálogo con Alejandro apreciamos que él no se considera inferior al emperador y que no tiene ningún interés en lo que le pueda ofrecer. Es un desprecio que no solo extendía a los gobernantes, sino también a atletas, a oradores públicos y, por supuesto, a los ricos y a sus propiedades.
Como escribe también Robineau, esta idea de libertad y de autonomía individual pasa también a los estoicos y llega a Kant. Cuando Diógenes le pide a Alejandro que haga el favor de no taparle el sol, defiende la idea ilustrada de que todas las personas tenemos el mismo valor, con independencia de nuestro estatus y de nuestras posesiones.

'La escuela de Atenas', de Rafael. En el centro están Platón (señalando arriba) y Artistóteles (señalando abajo). En la escalera está Diógenes (de azul) y abajo, sentado, Heráclito

Platón definió al hombre como "un animal bípedo y sin plumas”. Recibió muchos elogios por esta definición, así que Diógenes desplumó un gallo, lo llevó a su escuela y dijo: “He aquí al hombre de Platón”. Después de eso, Platón añadió lo siguiente: “Con uñas anchas y planas”.
Diógenes era conocido por buscar el confrontamiento dialéctico y la provocación. Como Sócrates, pero con insultos en lugar de preguntas: Platón decía que Diógenes era “un Sócrates loco”, porque no dudaba en llegar al sarcasmo e incluso a la crueldad. Muchas veces con Platón, que solía ignorarlo, pero también con cualquiera que pasara, lo que le valió alguna paliza.
Como escribe Robineau, los griegos llamaban “parresía” a esta franqueza impertinente que para Diógenes era una de las bases de la conducta filosófica de los cínicos. Quería llamar la atención y escandalizar, pero con el objetivo de iniciar una conversación. Por ejemplo, con el gallo, Diógenes quiere exponer un defecto de la filosofía, el de preocuparse por temas importantes, como qué es una persona, pero de forma superficial o tangencial, sin llegar a lo que él consideraba fundamental, es decir, qué podemos o debemos hacer.
Diógenes fue vendido como esclavo. Cuando le preguntaron qué sabía hacer, contestó: “Gobernar a los hombres”. Y pidió al vendedor que “avisara de que si alguien quiere comprar un amo, aquí hay uno disponible”.
La vida de Diógenes fue movidita: nació en Sínope, en el mar Negro, en el seno de una familia acomodada. Su padre estaba a cargo de acuñar moneda en la ciudad, pero él, o Diógenes, o ambos fueron acusados de falsificar moneda, lo que llevó al filósofo al exilio en Atenas. Durante uno de sus viajes, su barco fue capturado y fue vendido como esclavo en Creta a Jeníades de Corinto, que lo empleó como tutor de sus hijos y lo acabó liberando.
Con su actitud al intentar venderse como amo, quería recordar que siempre podemos defender nuestra libertad y nuestra independencia, y que a menudo quien se cree libre no sabe serlo. De los adinerados griegos se esperaba que contribuyeran a la ciudad con su patrimonio y con su servicio público, lo que a Diógenes le parecía otra forma de esclavitud. Y a nosotros nos pasa algo parecido: acabamos siendo esclavos de las necesidades artificiales que nos creamos solitos y de las que podríamos prescindir. ¿Para qué queremos trabajar tanto y ascender? ¿Para comprarnos un móvil más caro, un coche más grande y una chaqueta azul que nos queda un poquito mejor que la otra chaqueta azul que tenemos en el armario?

'Diógenes buscando a un hombre honesto', de Cornelis de Vos.

Una vez haciendo en el foro acciones torpes con las manos decía: “¡Ojalá que frotándome el vientre no tuviese hambre!”.
He copiado literalmente lo que escribe Diógenes Laercio. Pero sí, se refiere, una vez más, a la masturbación en público. Robineau recuerda que la filosofía cínica tiene mucho de ascesis, al ser una disciplina que renuncia al lujo y las comodidades. Pero a lo que no renuncia es al placer.
Esta tendencia a atender sus necesidades fisiológicas sin preocuparse por las consideraciones sociales fue uno de los motivos por los que a Diógenes se le llamó “perro” (kyōn), aunque él llevo el término cínico (kynikos, perruno) como una medalla. A Diógenes el insulto le servía para recordar que el ejemplo de los animales nos ayuda a distinguir entre los comportamientos naturales (y, por tanto, deseables) y los que solo son el resultado de costumbres (y que, por tanto, son inútiles o dañinos).
No tengo muy claro que todo el comportamiento “natural” sea positivo ni que todas las costumbres sean perjudiciales, pero lo importante es que nos lo preguntemos y nos lo planteemos. Estas convenciones sociales pueden ir desde lo más pequeño y cotidiano, como por qué insistimos en que el rosa es para niñas, a lo más amplio y político, como por qué nos empeñamos en mantener fronteras y tratar a los extranjeros casi como enemigos.
Lo de las fronteras no es un ejemplo al azar: cuando a Diógenes le preguntaron de dónde era, contestó con una sola palabra, kosmopolitēs, ciudadano del mundo, una respuesta que los estoicos adoptaron como propia y que, de nuevo, llegó a Kant y a la Ilustración para convertirse, unos 150 años más tarde, en uno de los ideales que está detrás de la fundación de la Unión Europea.
Probablemente, Diógenes se burlaría las instituciones europeas, igual que de las españolas, las griegas o las turkmenistaníes. Y seguro que me arrojaría tres gallinas y cinco huevos a la cara por enlazar sus ideas con las elecciones europeas: “¡Buuuh! ¡Sociata!” (“sociata” es “progre” en griego clásico).
Pero esto me sirve para enlazar con lo que decíamos al principio acerca del significado que damos habitualmente a la palabra cínico. En su Crítica de la razón cínica, Peter Sloterdijk distingue entre cínicos y quínicos:
Los cínicos son los que piensan que todo lo que hay es hipocresía e intereses ocultos, y apuestan por un individualismo descreído y estéril. ¿La Unión Europea? Bah, un club de naciones para hacerles las cosas más fáciles a los ricos.
Los quínicos serían los cínicos clásicos y sus sucesores, que mediante el humor y la provocación quieren encontrar lo que hay de valioso en nosotros (e incluso en la Unión Europea, si lo hay). Un cínico no es alguien que no cree en nada, sino alguien que busca algo en lo que creer.
Y si no lo encuentra ni con ayuda de una lámpara, siempre sabrá disfrutar de una tarde al sol.

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