Botero es maravilloso, sí, pero yo quiero estar flaco/a, delgado/a, espigado/a, tiposo/a, buenorro/a... Una cosa es el arte y otra muy distinta el día a día. Las grandes compañías como Zara, Stradivarius y ese largo y conocido etcétera imponen sus tallas donde alguien que no vaya con los tiempos, corporalmente hablando, no encuentra nada que comprar.

Los gustos y las modas han ido cambiado a lo largo de los años, no hay duda, véanse tatuajes, músculos, tetas inmensas, labios salchichas, peludos y lampiños, deportistas de sumo, modelos -tanto ellas como ellos-, melenas o calvorotas; griegos, renacentistas, gracias (3, y más), nuevos modulores, Giacomettis y Boteros. Un absoluto crisol para elegir. Seamos todos bienvenidos a la dictadura del cuerpo serrano, al nuevo reinado del before & after.
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Montserrat Caballé no estaba delgada, digamos que repuestita, y a ella la vi en el Pérez Galdós cuando estudiaba la carrera, en la ópera de Rossini "Semiramide". En esta ópara la protagonista muere, qué raro, y ¿a alguien le importa que sea gorda? Pues no, en absoluto. Ya lo dijo el Principito, lo esencial es invisible a los ojos, a pesar de que nos hagan pensar lo contrario. En estos momentos, mientras escribo y escucho de fondo a Montserrat Caballé, el modelo que llevo dentro, indignado por lo que escribo, intenta salir como loco, pero no hay forma.
Rossini, "Semiramide". *Bel raggio lusinghier.
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