viernes, 29 de mayo de 2020

DE GRECIA A CK PASANDO POR RUBENS


Botero es maravilloso, sí, pero yo quiero estar flaco/a,  delgado/a, espigado/a, tiposo/a, buenorro/a... Una cosa es el arte y otra muy distinta el día a día. Las grandes compañías como Zara, Stradivarius y ese largo y conocido etcétera imponen sus tallas donde alguien que no vaya con los tiempos, corporalmente hablando, no encuentra nada que comprar. 
Elvira Lindo, en uno de sus libros sobre Nueva York, hablaba de un amigo, crítico gastronómico, que estaba muy flaco pero que llevaba un gordo dentro por lo que le gustaba comer. A mi me pasa lo contrario, llevo un flaco dentro, en el laberinto, y el pobre no encuentra la salida. Cuesta luchar contra todos estos molinos de vientos, todos tan altos, tan delgados, tan gráciles.
Los gustos y las modas han ido cambiado a lo largo de los años, no hay duda, véanse tatuajes, músculos, tetas inmensas, labios salchichas, peludos y lampiños, deportistas de sumo, modelos -tanto ellas como ellos-, melenas o calvorotas; griegos, renacentistas, gracias (3, y más), nuevos modulores, Giacomettis y Boteros. Un absoluto crisol para elegir. Seamos todos bienvenidos a la dictadura del cuerpo serrano, al nuevo reinado del before & after.
Montserrat Caballé no estaba delgada, digamos que repuestita, y a ella la vi en el Pérez Galdós cuando estudiaba la carrera, en la ópera de Rossini "Semiramide". En esta ópara la protagonista muere, qué raro, y ¿a alguien le importa que sea gorda? Pues no, en absoluto. Ya lo dijo el Principito, lo esencial es invisible a los ojos, a pesar de que nos hagan pensar lo contrario. En estos momentos, mientras escribo y escucho de fondo a Montserrat Caballé, el modelo que llevo dentro, indignado por lo que escribo, intenta salir como loco, pero no hay forma.
Rossini, "Semiramide". *Bel raggio lusinghier.

No hay comentarios: