domingo, 28 de diciembre de 2025

FINAL DE AÑO

Llevo un tiempo sin escribir por complicaciones, no de salud afortunadamente. Unos meses finales de año que ha tenido de todo y para todos. Muerte(s), desmantelamiento de la casa familiar, excedencia, almuerzo sorpresa, emoción (contenida, cuando salí de Cuba), rotura de cadera, mudanza, Tenerife, Gran Canaria y hasta el robo -que no fue- de mi moto. Un final de año al que llego con muchos cambios y un nuevo horizonte lleno de expectación. Parece que los cambios son buenos en sí mismos, o eso es lo que me dicen los que me quieren que, no les voy a engañar, son a los únicos que les hago caso. Me encuentro en un estado extraño, algo parecido a un perro cuando se sacude mojado, una suerte de síndrome de Estocolmo del que salgo despacio, o al menos así quiero creerlo.
Ando con mi pluma y una Moleskine pequeña donde escribo raudo cada vez que me acuerdo de alguna anécdota o de algo que me ocurrió en mi trabajo; estoy empezando a tomas notas para el libro que tengo en la cabeza desde hace algún tiempo y que insiste en salir de dentro. 
Recuerdo que cuando acabé la carrera, aparecieron sueños recurrentes en donde alguien me llamaba de la universidad para decirme que había habido un error y que me retiraban el título de arquitecto, que debía volver a estudiar porque no había aprobado una u otra asignatura. Las pesadillas pasaron como lo harán también las que tengo ahora, donde revivo decenas de discusiones, de malas caras, de comentarios impropios, de gente enfadada, de políticos megalómanos. Conversaciones que se suceden en mi cabeza, vívidas, que logran que me despierte jadeoso pero feliz al saberlas oníricas.
Los cambios son buenos, sí, en eso hemos quedado en estar de acuerdo, pero que te sacuden es también un hecho. Mantener el statu quo es ley de vida, puro confort; salir de él puede llegar a ser una conmoción.

Las vacaciones, y éstas más necesitadas que nunca, me regalan tiempo para leer. Tiempo, cuán necesario siempre y qué escaso. Tiempo para pasar a modo OFF, para dormir, para no pensar -o sí-, para leer. Los periódicos nos regalan ese desasosiego diario que no nos ayuda, las televisiones ya ni las nombro, basura generalizada, y las redes sociales han hecho realidad los Ministerios de Orwell en su premonitoria 1984: el Ministerio de la Verdad (propaganda y censura), el de la Paz (guerra), el del Amor (tortura y orden), y el de la Abundancia (economía y racionamiento). La genialidad de Orwell nos remite sin posibilidad de escape a sus conceptos "Negroblanco", la habilidad de aceptar ciegamente las falsedades del Partido como verdades absolutas; "Patolengua", hablar con sonidos que son una mezcla de palabras sin sentido, como un pato; "Vidapropia", individualismo o excentricidad como crímenes. La RAE está tardando en aceptar estas palabras e incluirlas en nuestro diccionario.

Hablaba de leer, el placer sublime de la lectura, un tanque de aislamiento sensorial para sobrellevar el camino de Sísifo en el que nos encontramos. En mi caso continúo disfrutando, más bien saboreando, "La península de las casas vacías", de David Uclés, que leo con calma para disfrutar cada uno de sus capítulos que nunca me defraudan, absoluto placer. Empecé hace un par de días "El descontento", una radiografía sobre las crisis vividas por cualquier persona que trabaja; sobre la soledad, la necesidad de vínculos y conexiones para encontrar la chispa y no tirarse delante de un autobús un lunes por la mañana. (Edit. Planeta-Temas de hoy)

Acabo, voy a leer otro rato antes de desayunar. Me apunté a la visita guiada a la biblioteca de la ciudad donde estoy, pero nunca me contestaron, así que me quedaré con las ganas. Sí pude comprar dos entradas para el concierto de Navidad del martes: la 7ª de Beethoven. Disfruten estos últimos días del año, después chi lo sa.

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