Se acabaron las vacaciones, o casi. Ya en casa, después de dos semanas de periplo viajero, para terminarlas con unos últimos días antes de reincorporarme a mis labores ayuntamentiles. Ganas 0, pero es lo que hay. Que los viajes son para descansar ya es sabido que no es verdad, uno se cansa como nunca tras interminable caminatas, como no podría ser de otra forma; lo que sí descansa es la cabeza, he ahí el quid; teléfono, sin trabajo, sin presiones y casi sin noticias del mundo. Al menos esto es lo que se persigue.
Habiendo aterrizado anoche -la primera tarea, tras ventilar la casa, consistió en afeitarme la cabeza y la cara como si se me fuera la vida en ello-, esta mañana me siento frente al ordenador para ordenar los correos que me han ido llegando, contestar los necesarios, enumerar los personajes que nos han dejado, de entrada Robert Redford y Claudia Cardinale, y ponerme al día finalmente acerca de los acontecimientos mundiales, léase ONU, Gaza, Israel, Palestina, T (y el podre del teleprompter), Felipe VI, Ucrania, Pedro Sánchez y familia, la de Madrid, etc.
Toca ahora recabar las fuerzas necesarias para la rentrée. Esto ya no es tan sencillo.
Pero si algo tiene en cerebro es que, como si nada, se adapta a la nueva situación y si te he visto no me acuerdo. Las vacaciones quedarán atrás, con sus libros leídos, sus ciudades nuevas y viejas, sus experiencias, sus ricas ensaladas, sus conversaciones intrascendentes, para dar paso al estrés diario, a las interminables y aburridas reuniones, a la monotonías. así, de vuelta al trabajo, sólo nos queda pensar en las Navidades, ya a la vuelta de la esquina, y el los fines de semana que están por delante, días que atesoro como joyas.
Revisados los aproximadamente 200 correos pendientes, entre basura, propaganda y algunos -los menos- interesantes, debo seguir sobre la marcha con el trabajo pendiente: camino malo, pásalo pronto. Quedan por bajar las fotos del viaje, pero esto lo haré en otro momento, las crónicas deberán esperar unos días.

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